Este año estamos asistiendo a una concentración especialmente alta de desastres causados por los llamados fenómenos climatológicos adversos. Posiblemente nada nuevo si no fuera por la sospecha de que el cambio climático puede estar detrás de muchos de ellos o, al menos, de la virulencia con la que se manifiestan, y en segundo lugar, por el despliegue mediático que los sigue al minuto y nos los hace, si cabe, más presentes aún en nuestra vida cotidiana.
Si en otras áreas del planeta, los huracanes, los terremotos y tsunamis, los volcanes o los corrimientos de terreno, pueden ser especialmente peligrosos y devastadores, España tiene en los incendios forestales y en las inundaciones, sus riesgos y desastres medioambientales de cabecera.
Es de todos conocido que en los países con elevado riesgo sísmico, la población recibe información acerca de las medidas a tomar en caso de terremoto, y para la población que se encuentra en la costa, las alertas de tsunami son inmediatas si el terremoto ha tenido lugar en el mar; las áreas con riesgo de huracanes están al corriente de la actividad y la dirección de las células depresionarias que los originan, gracias al servicio de meteorología. Podríamos enumerar diversas medidas preventivas y de actuación para cada riesgo y catástrofe medioambiental conocida que, aunque siempre insuficientes, logran reducir los daños físicos y las víctimas a tasas más asumibles, especialmente en los países con sistemas de comunicación y de educación eficaces.
Y en España, ¿qué se hace para estar prevenidos y minimizar nuestros riesgos más conocidos? Respecto a los incendios forestales, la política de prevención tiene una larga trayectoria y la campaña es recurrente año tras año, cuando comienza la «temporada» de incendios. Hoy en día se utilizan medios muy sofisticados para la detección temprana de los incendios (incluyendo el uso de satélites), y los medios empleados en su extinción también son numerosos y efectivos. Es cierto que podría hacerse más, y que se debe insistir en la política forestal actual, más centrada en la vegetación autóctona, lo que ayudará a reducir el número de incendios y la superficie quemada. Pinchando en el siguiente mapa podéis acceder a un mapa interactivo con más información sobre los incendios forestales en España durante las últimas décadas.
Pero, ¿qué podemos decir sobre los riesgos relacionados con las crecidas de nuestros ríos, íntimamente ligados a la irregularidad de las lluvias propia de nuestro clima mediterráneo u oceánico de transición? Pues, básicamente, poco. O mejor dicho, que se ha avanzado mucho en los planes de evacuación y labores posteriores a la inundación, así como en la comunicación del peligro, pero poco en la legislación hidráulica que debería evitar la construcción y canalización de los cauces de los ríos, prever las riadas de ciclo largo, y promover la planificación y la ordenación urbana destinada a minimizar los riesgos. En el siguiente artículo, podemos profundizar en la importante labor que la geografía y la hidrología pueden llevar a cabo desde el aprendizaje de sus enseñanzas.
En este otro artículo de eldiario.es, podremos comprender mejor la incidencia del cambio climático en el día a día de nuestra relación con los fenómenos meteorológicos, tanto con los que hasta ahora venían siendo normales, como con los menos habituales pero cada vez más frecuentes e intensos que acompañan al cambio climático global.