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4º ESO – Historia (1): La época de las Revoluciones: los siglos XVIII y XIX

Desde mediados del siglo XVIII, y a lo largo de todo el siglo XIX, Europa va a asistir a un período de intensas transformaciones que le permitirán transitar hacia el siglo XX y el mundo tal como hoy lo conocemos, con un sistema de economía capitalista de libre mercado, la democracia como sistema político predominante, una sociedad de clases dinámica y multiforme, y una enorme diversidad cultural y artística.

Naciones y áreas geopolíticas en Europa a comienzos del siglo XVIII

Naciones y áreas geopolíticas en Europa a comienzos del siglo XVIII

El paso del Feudalismo, o Antiguo Régimen, al mundo actual, comenzó en Europa con un movimiento cultural y filosófico conocido como la Ilustración, y en él fueron claves dos procesos históricos que supusieron una gran cantidad de cambios en la economía, en la sociedad y en la política, así como en la cultura y en la visión del mundo que tenían nuestros antepasados.  Dichos procesos son la llamada Revolución Industrial y las llamadas Revoluciones Burguesas, que trajeron el sistema y la ideología liberal a los países de Europa y América.

1. El siglo XVIII: Antiguo Régimen e Ilustración.

    Durante el siglo XVIII, muchos países de Europa vivían bajo un sistema feudal que, ligado a una sociedad estamental (Clero, nobleza y pueblo llano), hacía que la propiedad de la tierra estuviera concentrada en muy pocas manos, sobre todo del clero y la nobleza. Los campesinos, que eran la mayoría de la población, trabajaban en ella a cambio de unas rentas feudales que debían entregar a sus propietarios nobles o clérigos.  Debido al pago de estos tributos y a otras obligaciones, los campesinos vivían pobremente, sometidos periódicamente a crisis de subsistencia que diezmaban su población, mientras que la nobleza y una parte del clero disfrutaban de grandes riquezas sin tener que trabajar ni pagar impuestos de ningún tipo, por lo que podemos considerarlos como grupos privilegiados.  El rey, que había impuesto su autoridad sobre la nobleza y el clero durante los dos siglos anteriores, gobernaba con un poder absoluto legitimado y justificado por la Iglesia. Dicho poder absoluto, además, era considerado de origen divino, por lo que, si alguien se rebelaba contra el rey era como si lo hiciera contra Dios y merecía el peor de los castigos. La religión,además, influía de forma determinante sobre la vida cotidiana de las persona, marcando los ritmos diarios,semanales y anuales, tanto a nivel social y cultural como económico; de la misma manera que también lo hacía sobre su actitud ante la vida y como definidora de valores.

1700
Europa hacia 1700.

    Por otro lado, gracias, entre otras cosas, a la firma del Tratado de Utrecht (1713), que puso fin a la Guerra de Sucesión Española (1700 a 1714), se alcanzó un relativo equilibrio político y militar entre las grandes y medianas potencias europeas (Francia, Inglaterra, Austria, etc.), que iba a permitir que Europa disfrutase de un período de relativa calma y prosperidad que se vio reflejado en un aumento de la población, un incremento de la actividad comercial y el desarrollo de un movimiento intelectual y filosófico que será crucial en la historia del mundo: la Ilustración.

    Las ideas ilustradas se oponían a dicho sistema estamental y feudal por considerarlo injusto.  Los ilustrados decían que toda la vida social y política debía basarse en la razón. Solo ella daba al hombre la posibilidad de vivir en libertad, ya que era la luz que iluminaba y guiaba sus decisiones. Y eso solo podía ser así si existía una verdadera igualdad de todos ante una ley superior y racional.  En definitiva, los ilustrados propugnaban para el ser humano, la condición de ciudadanos (frente a la de súbditos, como lo habían sido hasta entonces)  de un estado en el que se garantizan unos derechos inalienables, existe una división de poderes, y en el que la soberanía nacional (que se expresa en un Parlamento) es el origen de todo poder.  A esta ideología se le conocerá con el nombre de Liberalismo, y tendrá dos grandes ámbitos de desarrollo: el ya mencionado político (Montesquieu, Rousseau y Voltaire) y el económico, que de la mano de Adam Smith, va a fundarse sobre los principios de la propiedad privada y el libre mercado.  En Francia, la burguesía fue asumiendo estas ideas como propias y empezó a pedir un cambio en la forma en que se dirigía el país.  Inglaterra o los recién creados Estados Unidos de América eran los modelos en los que se fijaban los burgueses e ilustrados franceses.

    En el siguiente texto, Diderot, un ilustrado francés, autor, entre otros, de la Enciclopedia, expone la importancia de la razón como principal recurso para encontrar la verdad y acceder al conocimiento y al progreso humano.

“En primer lugar me doy cuenta de algo que es reconocido por el bueno y el malo: que es necesario razonar en todo, porque el hombre no es solo un animal, sino un animal racional; que, en consecuencia, siempre hay medios para descubrir la verdad; que quien renuncia a buscarla, renuncia a su cualidad humana y debe ser tratado por el resto de su especie como una bestia feroz; y que una vez descubierta la verdad, cualquiera que renuncie a aceptarla o es un insensato o es moralmente malvado.”

                                                                                            D. Diderot. Derecho natural. Enciclopedia. 1751-1772.

2. La Revolución Francesa, Napoleón y el Final del Antiguo Régimen.

A finales de la década de los 80 del siglo XVIII, coincidieron en Francia las consecuencias negativas de una serie de malas cosechas (que dieron lugar a subidas de precios, hambre y graves tensiones sociales), la bancarrota financiera por los gastos militares de las guerras contra Inglaterra, y una crítica cada vez más fuerte contra los excesos de la nobleza y la familia real.  Todo ello originó el estallido de la Revolución Francesa cuando el rey se vio obligado a convocar una reunión de los Estados Generales (Representantes de los tres estamentos) para tratar de buscar una solución a la crítica situación. Los privilegiados se negaron a cambiar cualquier tradición o ley que supusiera un menoscabo a sus prebendas y el Tercer Estado, encabezado por la burguesía, abandonó la reunión.

      En el siguiente texto, se exponen algunas de las razones que se utilizaban para explicar y justificar la renuencia de los nobles y del rey a modificar la sociedad estamental tal como la definía el Antiguo Régimen:

“Todo sistema que, bajo una apariencia de humanidad o de beneficiencia, llevase a una monarquía bien ordenada a establecer entre los hombres una igualdad de deberes ya destruir las distinciones necesarias, conduciría pronto al desorden, consecuencia inevitable de la igualdad absoluta y produciría la subversión de la sociedad. El noble consagra su dignidad a la defensa del Estado y asiste con sus consejos al soberano.
La última clase de la nación que no puede otorgar al Estado servicios tan distinguidos, los suple con los tributos, la industria y los trabajos corporales.”
                                                   Solennelles. Amonestaciones del Parlamento de París. 4 de marzo de 1776.

      Apoyados por el pueblo de París, que el 14 de julio de 1789 asalta y toma la antigua fortaleza de La Bastilla, los representantes del Tercer Estado, nuevamente reunidos y legitimados por el rey como Asamblea Nacional, se disponen a cambiar la legitimidad del poder en Francia.  Antes era de origen divino y ahora reside en el conjunto de la Nación.  Después de tomar esta decisión, necesitaron definir un nuevo marco de leyes e instituciones sobre los que construir un nuevo estado, es decir elaborar una Constitución.  Por ello, La Asamblea Nacional pasó a denominarse Constituyente y su primera tarea fue destruir el sistema anterior o Antiguo Régimen, decretando la abolición del sistema feudal.  El siguiente paso, una vez eliminada la concentración de poderes y soberanía en el monarca, era definir los derechos que todos los ciudadanos, despojados ya de su condición de súbditos,  debían tener de forma permanente (se redacta la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano).  Después, y con el fin de conseguir recursos económicos, se expropiaron los bienes de la Iglesia por considerarlos bienes nacionales y se decretó la Constitución Civil del Clero;  se creó la Guardia Nacional, que debía velar por la obediencia de todos a los principios revolucionarios; se estableció una nueva organización territorial del país y, por último, se elaboró una constitución.

    La constitución de 1791 estableció la soberanía nacional y la separación de poderes.  Una vez terminada su labor, la Asamblea Nacional Constituyente se disolvió y, siguiendo ya las nuevas normas, se convocaron elecciones y se formó, mediante sufragio censitario, la Asamblea Legislativa, que debía desarrollar la nueva legislación francesa que sustituiría a la del antiguo régimen.

1800
Europa hacia 1800

Sin embargo, la traición de Luis XVI (fuga de Varennes) y el establecimiento del gobierno de una Convención, dieron lugar a la proclamación de una república democrática y, poco después, a la ejecución del rey. La amenaza de invasión extranjera y a la situación de caos interior provocado por la proliferación de revueltas contrarrevolucionarias, llevaron a la instauración de un régimen de terror bajo el gobierno de los Jacobinos (Robespierre) que terminó, en primera instancia, con el golpe de estado de los burgueses moderados que, en 1794 instauraron el Directorio.

Pero los problemas y la impopularidad del nuevo gobierno acabaron por dar protagonismo al ejército, única institución que concitaba la simpatía de los franceses.  Así, en 1799, un nuevo golpe de estado permitió al joven general Napoleón Bonaparte tomar bajo su mando el gobierno y, sin abandonar los principios revolucionarios y apoyándose en los sectores más moderados de la sociedad, desde 1802 se dedicó a consolidar su poder.  Tras coronarse emperador en 1804, y gracias a dos batallas de resultado bien distinto (Trafalgar y Austerlitz), Napoleón creará un gran imperio que abarca, en 1812, la mayor parte de Europa, desde la península Ibérica hasta Rusia.  Aunque este imperio fracasó de forma definitiva en 1815, tuvo como consecuencia más importante la expansión de las ideas revolucionarias por todo el continente.

      En el siguiente texto, Napoleón explica su legado y trata de justificar toda su trayectoria vital como un servicio al progreso de la Humanidad:

«A pesar de todas las difamaciones, no tengo ningún miedo respecto a mi fama. He librado cincuenta batallas campales, la mayoría de las cuales he ganado. He estructurado y llevado a cabo un código de leyes que llevará mi nombre a la más lejana posteridad. Me levanté a mí mismo de la nada hasta ser el monarca más poderoso del mundo. Europa estuvo a mis pies. Siempre he sido de la opinión de que la soberanía reside en el pueblo. De hecho, el gobierno imperial fue una especie de república. Habiéndome llamado la nación a dirigirla, mi máxima fue: la profesión está abierta a los inteligentes, sin distinción de nacimiento o fortuna, y es por este sistema igualitario por el que la oligarquía me odia tanto.»

                                                                                          Napoleón Bonaparte. Santa Elena, 3 de marzo de 1817.

    Combatir el liberalismo y restaurar el Antiguo Régimen fue el gran objetivo del Congreso de Viena, donde se reunieron las potencias europeas tras la caída de Napoleón para reorganizar el mapa de Europa y establecer medidas para evitar una nueva revolución en Europa.  En este sentido se llegó a un acuerdo militar de mutua ayuda conocido como la Santa Alianza, que intervendría allá donde fuera preciso sofocar un conato revolucionario.  De esta forma, incluso en Francia se había restaurado un régimen absolutista con Luis XVIII.

Mapa congreso de Viena

    Frente a ello, y en torno a la idea de Libertad, comenzaron a surgir, en distintos lugares de Europa, núcleos revolucionarios que luchaban contra este estado de cosas.  Esta idea fue tomada, en sentido estricto, como libertad individual o personal, lo que dio lugar a las ideologías liberales, y también en sentido patriótico o territorial, lo que provocó movimientos de reivindicación nacional en muchas regiones europeas que dieron lugar al nacionalismo (integrador o desintegrador) y a los estados nacionales surgidos durante el siglo XIX en Europa e Hispanoamérica.

    Una serie de estallidos revolucionarios en 1820 (de carácter liberal progresista y, en algún caso, nacionalistas), 1830 (cuando se impulsan las ideas nacionalistas como medio de acceder a la soberanía nacional) y 1848 (La “Primavera de los Pueblos”, en la que además, aparecieron los ideales democráticos) fueron eliminando las monarquías absolutistas de Europa, sustituidas por otras de carácter constitucional o parlamentario, e hicieron que a mediados de siglo solo quedasen dos regímenes absolutistas en Europa oriental: la Rusia de los Zares y el Imperio Turco Otomano.  En el resto de países se habían establecido, ya de forma definitiva, regímenes liberales basados en constituciones que garantizaban el respeto de ciertos derechos, la soberanía nacional (compartida con el rey en algunos casos) y la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial entre instituciones diferentes.

    Todos estos principios políticos fueron acompañados del desarrollo de una nueva sociedad basada en las clases que se establecen en función de la riqueza de cada cual, no según el nacimiento, como había ocurrido con la sociedad estamental del Antiguo Régimen.  Además, la economía de libre mercado o capitalismo, inspirado directamente en el liberalismo económico, fue abriéndose paso como sistema económico basado en la ley de la oferta y la demanda y en una nueva estructura productiva que tuvo a la industria como protagonista, desplazando a la agricultura como principal fuente de riqueza y empleo de las naciones.

     Por otro lado, en 1848, Karl Marx y Friedrich Engels, publicaban el manifiesto comunista, breve compendio de lo que habría de ser pronto una ideología que, puesta al servicio de las reivindicaciones del proletariado frente a la explotación a la que estaba sometido, permitiría a sus representantes, la participación directa en la política, hasta entonces un reducto en manos de la burguesía, El anarquismo, por su parte, surgió también como reivindicación de las ideas de libertad llevadas a su máxima expresión, al propugnar la desaparición del estado y de cualquier forma de autoridad.  Ambas ideologías confluirían en sus objetivos para crear la primera Internacional obrera (AIT), que pretendía la universalización del movimiento obrero.

El fin del Antiguo Régimen en España.

En España, tras un siglo XVIII en el que se consolidó el absolutismo centralista instaurado por la nueva dinastía francesa de los Borbones y los evidentes progresos para el país experimentados durante el reinado de Carlos III, el siglo XIX se iniciará bajo el signo de un rey mediocre (Carlos IV) y el dominio de Napoleón, que conseguirá la corona del país para su hermano, José Bonaparte.  La invasión napoleónica de España dará lugar a una larga y cruel guerra de Independencia, durante la cual, no obstante se impulsarán los ideales liberales y se producirá un hito en la historia política de España, como es la redacción de su primera Constitución, la Constitución de Cádiz de 1812.

      Sin embargo, una vez retornado el rey Borbón, Fernando VII, al trono español, vuelve el absolutismo y sólo durante el trienio liberal (1820 a 1823) estará vigente la Constitución de Cádiz. Entretanto, y aprovechando el vacío de poder producido durante la guerra contra Napoleón en España, se desarrollará el proceso de independencia de las colonias de América, el cual tendrá su fase decisiva entre 1816 y 1824.  Este hecho será un duro golpe para la ya de por sí maltrecha economía española (especialmente tras las recientes guerras), ya que se cortaba la principal fuente de riqueza y financiación del estado.  Ello obligará a Fernando VII a introducir algunas reformas de carácter liberalizador en la economía, lo que contribuirá a enemistarlo con su hermano Carlos, quien, ante la ausencia de un heredero de la corona, se veía como futuro rey de España.

    En nuestro país, el final del Antiguo Régimen llegará de la mano del conflicto dinástico que estallará cuando, en 1830, mediante la «Pragmática Sanción», Fernando VII derogue la ley Sálica (que impedía la subida al trono de las mujeres) en previsión del nacimiento de una infanta, lo que así finalmente ocurrió.  A la muerte del rey en 1833, la reina madre, nombrada regente durante la minoría de edad de la reina, sin apoyos entre la Alta Aristocracia y la Iglesia, entregó el poder a los liberales con el fin de defender el trono a cambio del establecimiento de un régimen liberal en España.  Era el principio de la Guerra Carlista, pero ante todo, el fin del Antiguo Régimen en España.

      Para más información sobre este tema y esta época, veamos el siguiente vídeo:

      Finalmente, en este texto se puede comprobar la doblez de Fernando VII, cuando en la revolución de 1820 que da inicio al Trienio Liberal, se manifiesta favorable a la Constitución de Cádiz:

“Españoles: Cuando vuestros heroicos esfuerzos lograron poner término al cautiverio en que me retuvo la más inaudita perfidia, todo cuanto vi y escuché, apenas pisé el suelo patrio, se reunió para persuadirme que la nación deseaba ver resucitada su anterior forma de gobierno (…) Me habéis hecho entender vuestro anhelo de que restableciese aquella constitución que entre el estruendo de las armas hostiles fue promulgada en Cádiz el año de 1812 (…) He jurado esa Constitución por la que suspirabais y seré siempre su más firme apoyo (…) Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional (…)”

                                                                                                          Manifiesto Fernandino, 10 de marzo de 1820.

 

3. Las transformaciones económicas y sociales: la Revolución Industrial.

3.1. Los orígenes de la Revolución Industrial.

Hacia el año 1800, justo en los comienzos del ascenso de Napoleón al poder en Francia, tras la Revolución, Inglaterra llevaba ya varias décadas inmersa en un proceso de profundas transformaciones económicas y sociodemográficas, que serían conocidas en la Historia como la Revolución Industrial.  Aunque la puesta en marcha de la primera máquina de vapor, en 1774, simboliza el comienzo de esta revolución, lo cierto es que Inglaterra estaba experimentando, desde la primera mitad del siglo XVIII, algunos cambios sin los cuales nada de lo que ocurrió después hubiera sido posible.  Dichos cambios afectaron, en principio, a dos ámbitos:

  • La población: A lo largo del siglo XVIII, debido sobre todo al descenso de la mortalidad, Inglaterra pasó de algo más de cinco millones de habitantes, a casi diez. Algo parecido ocurrió en el resto del continente, aunque en menores proporciones, por lo que se puede hablar de una auténtica revolución demográfica.  El descenso de la mortalidad se debió, además de otras causas coyunturales, a la difusión de medidas de higiene entre la población y al aumento de la producción agrícola.Evolución de la población inglesa en el siglo XVIII
  • La producción agrícola: ante el aumento de la demanda provocada por el crecimiento de la población, la respuesta de los propietarios de tierras en Inglaterra fue la incorporación de nuevos sistemas de cultivo (entre los que destaca el llamado sistema Norfolk, que supuso la eliminación del barbecho) y la mecanización de las tareas agrícolas, que permitía una mayor producción con una menor mano de obra.
    No obstante, para que estos cambios pudieran llevarse a cabo, se debía transformar la estructura de la propiedad de la tierra en beneficio de la propiedad privada, por lo que se dictaron leyes para anular las viejas formas de propiedad comunal y los derechos señoriales que aún se mantenían en algunos lugares.
    El resultado de todos estos cambios fue espectacular en términos de producción y mejora de la productividad, por lo que se habla de una auténtica Revolución Agrícola.
Primeras máquinas agrícolas

Primeras máquinas agrícolas

      Así pues, el gran crecimiento de la población, el incremento de la producción agrícola y la consiguiente disminución de la mano de obra necesaria en el campo inglés (a medida que se extendía la mecanización de las labores), dieron lugar a grandes movimientos migratorios como el éxodo rural, que hizo crecer las ciudades como nunca antes en la historia, hasta el punto de estar en el origen de un proceso que, más adelante, se conocerá como la Revolución Urbana.

3.2. La Revolución Industrial.

Fue en las ciudades inglesas, en el último cuarto del siglo XVIII, donde surgieron las primeras fábricas, al generalizarse el llamado sistema fabril de producción industrial.  Este nuevo sistema dividía y racionalizaba el proceso productivo, lo que, unido a la incorporación de máquinas cada vez más eficientes, permitía dar respuesta al aumento de la demanda provocado por la creciente población urbana.

fábrica 1Rev ind

      Así, el primer sector en mecanizarse fue la industria textil, que satisfacía la demanda de ropa de abrigo, (uno de los bienes básicos tras la alimentación) y que utilizaba el algodón como principal materia prima.  En segundo lugar, la propia industrialización promovió el desarrollo de la minería (que proporcionaba materias primas como el mineral de hierro y fuentes de energía como el carbón) y  la industria siderometalúrgica para cubrir la demanda de hierro para las nuevas máquinas e instalaciones.

      Todo este desarrollo industrial no hubiera sido posible sin la intervención de mecanismos de financiación modernos.  Los bancos jugaron un papel decisivo, al canalizar el ahorro de los particulares hacia la financiación de las nuevas empresas industriales. Por otro lado, como un único propietario podía tener dificultades a la hora de hacer frente a los costes de establecimiento de una empresa industrial, aparecieron y se difundieron las sociedades anónimas, en las cuales varios socios aportaban el capital necesario, o podían pedir préstamos a los bancos en mejores condiciones.  La participación en las empresas se realizaba mediante la compra de acciones (fracciones del valor de una empresa) en la Bolsa, que es un mercado centralizado de compra y venta de acciones de diferentes empresas que concurren en él.  De esta manera, se fue consolidando el capitalismo industrial, que irá ganando en importancia frente al de origen comercial, principal forma de acumulación de grandes capitales durante la Edad Moderna.

      Al acabar el primer cuarto del siglo XIX, la Revolución industrial estaba en marcha.  No sólo en Inglaterra, donde se había consolidado ya, sino también expandiéndose por el continente: Bélgica y el norte de Francia comenzaron a industrializarse desde principios del siglo, y Alemania, Suecia y el norte de Italia estarían en pleno desarrollo industrial antes de finalizar la primera mitad del siglo.

mapa.industrializacion

      Sin embargo una primera gran crisis acechaba al sistema: las ciudades no podían seguir creciendo mucho más, dado que comenzaban a tener problemas para el suministro de bienes de primera necesidad, especialmente de alimentos frescos;  por otro lado, la producción industrial tenía cada vez más problemas para dar salida a sus «stocks».  La revolución industrial podía «atascarse» en un callejón sin salida provocado por la ineficiencia de unos medios de transporte obsoletos, lentos y de poca capacidad de carga.  Un invento clave, en 1829, vino a solucionar este problema: la locomotora.  Un año más tarde ya se construía la primera línea ferroviaria entre Manchester y Liverpool, y una década después más de un millar de kilómetros de vías férreas se extendían por Europa.  El barco de vapor, contribuyó también a mejorar las posibilidades de transporte.

      En definitiva, el ferrocarril vino a dar un nuevo impulso a la industrialización: por un lado, favoreciendo el comercio, al abrir nuevos mercados a la producción industrial;  en segundo lugar, la propia construcción y expansión de las líneas férreas, generaba una enorme demanda de hierro y carbón que estimulaba la expansión industrial en Europa.

      Dicho impulso y la solución de los problemas antes mencionados se convertirían en una de las bases sobre las que se produciría la llamada 2ª Revolución Industrial, bien entrada ya la segunda mitad del siglo XIX.
Nuevas fuentes de energía como el petróleo o la electricidad, nuevos metales y materias primas como el aluminio o el caucho, el incremento de la capacidad productiva con innovaciones como la producción en cadena (taylorismo), la mejora de la versatilidad y rapidez del transporte gracias a descubrimientos técnicos como el motor de explosión, y la aparición de nuevos sectores como la industria química o la automovilística, motivaron un incremento de la producción sin precedentes.  Por otro lado, nuevas potencias industriales, como EE.UU., Alemania o Japón, pusieron en cuestión el liderazgo de Inglaterra.

3.3. La nueva sociedad industrial.

La industrialización de las sociedades europeas del siglo XIX, unido a la abolición de la sociedad estamental y de los derechos señoriales, que habían llevado a cabo las sucesivas revoluciones liberales,  trajo consigo un nuevo modelo de sociedad, llamada sociedad de clases, basada en la posesión de riqueza y propiedades, que origina la existencia de dos grandes grupos: la burguesía, una minoría compuesta por propietarios, funcionarios, comerciantes y empresarios, y el proletariado, que forma la mayor parte de la población, compuesto por los no propietarios, por quienes solo cuentan con su fuerza de trabajo, que ofrecen a los empresarios a cambio de un salario.

      La  burguesía no es un grupo homogéneo, sino que se estructura en tres niveles muy diferentes entre sí, sobre todo en lo que respecta a su nivel de riqueza: la gran burguesía (grandes empresarios, banqueros, terratenientes y rentistas), por un lado, y la mediana y pequeña burguesía (profesionales liberales, comerciantes, funcionarios, agricultores acomodados, etc.) por otro.  Esta última, junto con el sector más asentado económicamente del proletariado, cuando las condiciones de vida y de trabajo de éste mejoren, dará lugar en el futuro a la llamada clase media.

      Los obreros que forman el proletariado, viven al borde de la miseria, hacinados en barrios superpoblados, junto a las fábricas, en las que trabajan de sol a sol, en unas condiciones insalubres y sin ningún tipo de cobertura sociosanitaria, y sólo una minoría tiene un trabajo estable. Bajo estas condiciones, que incluían a niños y mujeres, los trabajadores van a intentar asociarse para ayudarse mutuamente, surgiendo así los primeros sindicatos.  La defensa de su puesto de trabajo, primero, y de sus derechos laborales después, les llevó a luchar contra la explotación a que eran sometidos utilizando la huelga como principal instrumento de presión.  Tras la asociación con marxistas y anarquistas en la Primera Internacional, los sindicatos acabarían adoptando una ideología u otra, que presentarían como alternativa a la ideología burguesa dominante, el liberalismo.

Vista de la ciudad de Sheffield hacia 1851.

Vista de la ciudad de Sheffield hacia 1851.

Como ejemplo del trabajo infantil en la clase obrera, la declaración de la niña Sarah Gooder, de 8 años de edad, ante la comisión Ashley para el estudio de la situación en las minas inglesas, en 1840.

«Trabajo en el pozo de Gawber. No es muy cansado, pero trabajo sin luz y paso miedo. Voy a las cuatro y a veces a las tres y media de la mañana, y salgo a las cinco y media de la tarde. No me duermo nunca. A veces canto cuando hay luz, pero no en la oscuridad, entonces no me atrevo a cantar. No me gusta estar en el pozo. Estoy medio dormida a veces cuando voy por la mañana. Voy a la escuela los domingos y aprendo a leer. (…) Me enseñan a rezar (…) He oído hablar de Jesucristo muchas veces. No sé por qué vino a la tierra y no sé por qué murió, pero sé que descansaba su cabeza sobre piedras. Prefiero, de lejos, ir a la escuela que estar en la mina.»

 4. Europa, España y el mundo entre 1848 y el final del siglo XIX.

Las revoluciones de 1848, que tuvieron como efecto más inmediato la práctica desaparición del Antiguo Régimen en Europa Central y Occidental, supusieron el inicio de una nueva época para nuestro continente, durante la cual asistiremos a tres procesos históricos de gran importancia:
– En primer lugar, el surgimiento de partidos y sindicatos socialistas y anarquistas, que darían a la clase obrera un protagonismo político que hasta ahora no había tenido.
– La puesta en marcha de reformas encaminadas al establecimiento de regímenes democráticos en varios países europeos.
– Y, finalmente, la consolidación de nuevos estados en los que se plasmaban las aspiraciones nacionalistas de muchos pueblos.

Fuera de nuestro continente, EE.UU. y Japón se configurarían, a partir de la década de los 60, como futuras potencias a raíz de sendos acontecimientos clave en la historia de ambos países: la Guerra de Secesión de EE.UU(de 1861 a 1865), que gracias a la victoria de los estados industriales del Norte sobre los agrícolas del Sur, supuso el inicio del crecimiento económico y militar de EE.UU. hasta convertirse en la primera potencia mundial;  y la Revolución Meiji (1868) en Japón con la que comenzó su modernización social y económica tras siglos de aislamiento.

Las unificaciones de Italia y Alemania y el mapa de Europa en 1871.

La expansión del imperio napoleónico en Europa, había dado pie a que muchas naciones europeas comenzaran a pensar en la posibilidad de alcanzar un estado propio, que se vio truncada, no obstante, cuando el Congreso de Viena, reordenó de nuevo el mapa del continente en favor de los Imperios Absolutistas.  Las revoluciones de 1820, 1830 y 1848, recogieron las reivindicaciones nacionalistas como uno de los motores impulsores de las mismas y así, polacos, griegos, belgas, alemanes, italianos y serbios, entre otros pueblos, comenzaron a luchar por un estado propio. En unos casos, debía lograrse mediante la independencia de alguno de los grandes imperios centroeuropeos (Polonia, Serbia, Bélgica, etc.); en otros casos, la nación debía reunificarse por la integración de varios estados en uno solo (Alemania e Italia).

La Unificación de Italia fue liderada por el reino de Piamonte-Cerdeña, en el que gobernaba la Casa de Saboya, en la persona del que sería nombrado primer rey de Italia en 1860, Víctor Manuel II.  Los protagonistas principales fueron Cavour, primer ministro del reino de Piamonte, y Garibaldi, protagonista militar de la unificación.  En 1870, una vez anexionados los Estados Pontificios, Roma se convertía en la capital de la Italia unificada.

La Unificación de Alemania, tuvo a Otto Von Bismarck como principal protagonista. Canciller (primer ministro) del reino de Prusia, llevó a cabo una política militarista y expansionista que le llevó a imponerse sobre Austria como gran potencia germánica, liderando una unificación que llegaría en 1871, tras la victoria aplastante sobre Francia en la conocida como Guerra Franco-Prusiana.  Guillermo I, rey de Prusia, se convertiría en el Kaiser del II Reich (Imperio) alemán, que nacía como gran potencia en el Centro y Norte de Europa.

Europa en 1871

Al comenzar, pues, el último tercio del siglo XIX, el mapa de Europa estaba compuesto por una serie de estados-nación más o menos consolidados, tanto internamente como en sus fronteras, que daban respuesta a la mayor parte de las aspiraciones nacionalistas de la época.  No obstante, existían una serie de focos de tensión y conflicto muy importantes en tres territorios en los que confluían fuertes reivindicaciones nacionalistas y proyectos imperialistas de gran alcance:

Los Balcanes,  En este territorio, a los intentos del Imperio Turco por frenar su inevitable descomposición, fruto de una larga decadencia que había permitido la práctica independencia de una parte de sus territorios balcánicos (Rumanía, Bulgaria, Serbia, Montenegro), se unieron las apetencias anexionistas del Imperio Austro-Húngaro y la estrategia rusa de aumentar la influencia en la zona a partir de su alianza con la recién nacida Serbia.
Polonia, repartida entre Alemania, Austria y Rusia, aspiraba a su independencia política, y los movimientos encaminados a su consecución eran sistemáticamente reprimidos por las fuerzas de ocupación de dichos imperios.
Alsacia y Lorena eran dos provincias limítrofes entre Francia y Alemania que, aunque por tradición pertenecientes al reino de Francia, estaban pobladas por alemanes.  Tras la guerra de 1870 entre ambos países, habían sido incorporadas por Prusia al Imperio Alemán recién creado en 1871 y, desde entonces, Francia las reclamaba como territorios propios.

El Imperialismo Colonial europeo.

En 1885, a iniciativa de Bismark, se reunieron en Berlín las potencias europeas con el fin de llegar a un acuerdo sobre el reparto de territorios que habrían de ser colonizados en el continente africano.  Tras dicho acuerdo, África queda dividida en distintas porciones que, desiguales en cuanto a tamaño, población y recursos, pasan a constituir los distintos imperios coloniales europeos. Antes de que termine el siglo, los países europeos ya controlan la práctica totalidad del continente, a excepción de Liberia y Abisinia.  El mapa de África quedó como aparece en la imagen (que puedes ampliar pinchando en ella).

Mapa de África en 1898

Mapa de África en 1898

El proceso de conquista y explotación de las colonias por parte de las metrópolis (nombre que reciben los estados colonizadores) comenzaba con la exploración de las mismas, llevadas a cabo por aventureros, religiosos, o mediante expediciones militares; a continuación se procedía al control militar del territorio y, finalmente, con la fundación de establecimientos coloniales (generalmente ciudades con puerto marino o fluvial), llegaban los agentes comerciales que se encargaban de gestionar la extracción de los recursos y el reclutamiento de mano de obra, así como de organizar los nuevos mercados africanos.

Las colonias eran de tres tipos:

  • Colonias de explotación que, básicamente, se dedicaban a la consecución de materias primas y a la explotación de la tierra mediante grandes plantaciones agrícolas.
  • Colonias de poblamiento, hacia las que se encaminaba buena parte del excedente de población de unas metrópolis que aún continuaban creciendo por la revolución demográfica.
  • Protectorados, que eran territorios en los que, antes de la llegada de los europeos, ya existía algún tipo de estructuras y/o jefaturas políticas que, mediante la firma de acuerdos con éstas, quedaban bajo la «protección» de una potencia europea.

La construcción del estado liberal en España (1833 a 1898).

En España, el retraso económico y social heredado de las guerras y vaivenes políticos de la primera mitad de siglo, serán el caldo de cultivo ideal para la inestabilidad política que caracterizará la última parte del reinado de Isabel II y el llamado Sexenio Democrático. Sólo momentánea y aparentemente se reducirá dicha inestabilidad tras la Restauracion borbónica en el último cuarto de siglo, bajo el llamado sistema Canovista, basado en el turno pacífico de partidos.  Sin embargo, la Guerra de Cuba y la derrota frente a EE,UU., con la pérdida de las últimas colonias en el conocido como Desastre del 98, dejarán al descubierto las carencias que impedían la consolidación en España de un estado moderno y democrático.  En los siguientes enlaces podéis acceder a los esquemas generales de los tres períodos correspondientes a ésta época: el reinado de Isabel II, el Sexenio Democrático y la Restauración.

Esquema Reinado Isabel II

Esquema Sexenio Democrático pdf

Esquema Sistema Canovista

1. El reinado de Isabel II (1833-1868).

La llegada al trono de Isabel II se produjo bajo el signo del conflicto dinástico creado tras la derogación de la ley Sálica por Fernando VII, que tenía como objeto garantizar a un descendiente suyo la corona hispana, en detrimento de su hermano Carlos, a quien, según la tradición borbónica que exigía un heredero varón, le hubiera correspondido aquélla.

Así, en 1833, a la muerte de Fernando VII, Isabel es declarada reina de España, pero Carlos de Borbón y sus seguidores (aristocracia más rancia, iglesia y zonas rurales del norte de España) no la reconocen como tal. María Cristina, la reina madre, es nombrada regente y, dada la debilidad de su posición, entrega el poder a los liberales.  De forma simultánea, los carlistas se organizan militarmente con el fin de devolver el trono al pretendiente Carlos reivindicando la causa del absolutismo frente al liberalismo isabelino.  Se inicia así la primera Guerra Carlista, que no acabará hasta la firma del Convenio de Vergara, en 1839.

Durante la Regencia de María Cristina, los liberales comienzan la tarea de desarrollar un programa de reformas que saque a España del atraso económico y social en el que se encuentra, especialmente tras la ruina derivada de la pérdida de las colonias americanas. Dichas reformas van encaminadas a favorecer la economía de libre mercado y la creación de una clase propietaria suficientemente numerosa como para sostener el nuevo estado liberal.  Su medida política más relevante será la Desamortización, o nacionalización de los bienes del clero, subastados después entre los ciudadanos individuales para obtener recursos para el estado.  En el terreno político, la Constitución de 1837, que tenía un claro sesgo liberal progresista, garantiza la soberanía nacional, la separación de poderes y una larga lista de derechos individuales y colectivos.

En el seno del liberalismo español, sobre todo tras el final de la Guerra Carlista, surgirán tensiones que darán lugar a dos partidos políticos, el progresista y el moderado, que se alternarán en el poder de forma irregular, la mayor parte de las veces a consecuencia de pronunciamientos militares o por la intervención personal de la reina Isabel II.  Ésta había alcanzado la mayoría de edad en 1843, cuando las Cortes la adelantan tras un golpe militar que puso fin a la Regencia de Espartero, que la ejercía desde 1840.  Durante la llamada Década Moderada (entre 1843 y 1854), gobiernos compuestos por miembros de este partido, liderado por Narváez, redactará la constitución de 1845, de claro signo conservador, al tiempo que firma un Concordato con la Santa Sede, centraliza la administración estatal y municipal, elabora un primer Código Penal así como un Sistema de Instrucción Pública.  También creó la Guardia Civil con el objeto de mantener el orden en el medio rural.

Tras esta época de gobiernos conservadores, el triunfo de un nuevo pronunciamiento militar en Vicálvaro, protagonizado por O’Donnell, devuelve el poder a los progresistas, quienes, en los dos años que están en el poder (Bienio Progresista), acometen una nueva desamortización, promulgada por Madoz, y la Ley de Ferrocarriles que, en 1855, daba un impulso definitivo a la construcción de una red ferroviaria en España.  A partir de 1856, el sistema isabelino entra en franca descomposición, cuando ni siquiera el nacimiento de un nuevo partido (la Unión Liberal de O’Donnell, que se alternará en el poder con los moderados) logra regenerar el panorama político liberal.  Surgirán entonces grupos que defienden los ideales democráticos que se difundían con fuerza por Europa, y un republicanismo activo que buscaba una alternativa a la decadente monarquía española.

2. El Sexenio democrático (1868-1874).

Las fuerzas políticas marginadas durante la última fase del reinado de Isabel II (progresistas y demócratas) firmaron el llamado Pacto de Ostende (1866) con la idea de dar un golpe de timón que cambiara el rumbo de la política y la economía españolas. La difusión de los ideales democráticos en nuestro país coincidió con una grave crisis económica y un creciente descrédito de la monarquía, que se apoyaba cada vez más en gobiernos corruptos y de carácter autoritario. Todo ello impulsó la insurrección militar de septiembre de 1868, conocida como «la Gloriosa» y encabezada por Juan Prim, Francisco Serrano y el almirante Topete.  Tras la victoria sobre las tropas fieles al gobierno y a la reina en la batalla de Alcolea, Isabel II se exilia y se forma un gobierno provisional.

La Constitución de 1869 proclamaba la soberanía nacional y establecía un sistema monárquico democrático (con sufragio universal masculino), con un gran número de derechos individuales y colectivos y estricta separación de Iglesia y estado.  El paso siguiente era la búsqueda de un candidato a rey de España, que se encontró en la casa real de Italia, en la persona de Amadeo de Saboya, que llegó a España a finales de 1870.  Sin embargo, su escasa adaptación a la vida en España, la existencia de una fuerte oposición a la monarquía democrática (iglesia, carlistas, moderados, republicanos), el agravamiento de la insurrección en Cuba y el estallido de la tercera guerra carlista, sumados al asesinato de Prim, su principal valedor, hicieron que Amadeo I abandonase el trono a comienzos de 1873.

El vacío en la jefatura del estado fue aprovechado por los republicanos que, en las Cortes, lograron que se votase la 1ª República española.  El estado se organizó según un modelo federal y se iniciaron reformas sociales que fueron bien recibidas por las clases populares urbanas. Pero pronto se hizo patente una inestabilidad de fondo que no iba a cesar en ningún momento y que se vio acrecentada por el agravamiento de la insurrección cubana y de la guerra carlista, las revueltas sociales y el cantonalismo (movimiento que buscaba la práctica independencia de algunos territorios, como fue el caso de Cartagena).  Además, la propia división interna de las fuerzas republicanas y la permanente conspiración de los monárquicos en favor de la restauración de la monarquía borbónica, llevaron a una situación insostenible que impulsó el golpe de estado del general Pavía, que a comienzos de 1874, disolvía las Cortes y entregaba la presidencia del poder ejecutivo a Serrano.

3. La Restauración y el Sistema Canovista (1875-1898)

La restauración monárquica viene acompañada de un nuevo sistema político ideado por Antonio Cánovas del Castillo, quien tras lograr la pacificación del país (fin de la guerra carlista y de la insurrección cubana) se propuso como objetivo supremo la búsqueda de la estabilidad política en España. Para ello ideó un sistema que, partiendo de los principios del conservadurismo y el centralismo, se basó en un bipartidismo en el que los dos grandes partidos se turnaban de forma pacífica en el poder, tratando de dejar atrás la época en la que los cambios de gobierno venían de la mano de pronunciamientos militares.  Para que el turno de partidos quedara asegurado, no se dudaba en recurrir a todo tipo de fórmulas de falseamiento electoral, entre las que destacaron el pucherazo (cambio de papeletas depositadas en las urnas) y el caciquismo (recurso a caciques o jefes locales que repartían cargos y prebendas, asumiendo funciones propias del estado en cada comarca o región)

La constitución de 1876, de carácter abierto y flexible, reflejaba aquellos principios y trataba de asegurar la estabilidad y el turno de partidos. Para ello, la soberanía se repartía entre las Cortes y el rey.  Éste tenía la potestad de nombrar y cesar a los jefes de gobierno, quienes, una vez nombrados y, con el fin de contar con unas Cortes adeptas, convocaba elecciones que, invariablemente, ganaba su partido.

Este sistema logró su propósito durante más de dos décadas, es decir, partiendo de unos esquemas ideológicos conservadores, dotar de una estabilidad política a España que debía aportar inversiones, crecimiento económico y, en definitiva, progreso para el país.  O, dicho de otra manera, progreso sin políticas ni reformas progresistas.

Sin embargo, hacia finales de la década de los años 90, una serie de problemas internos y externos vinieron a poner en tela de juicio la fortaleza del sistema: la reactivación de la insurrección cubana y la guerra contra EE.UU. acabaron con la derrota española y la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) en 1898 y con la expansión de un sentimiento de profunda frustración en nuestro país. Algunos intelectuales trataron de entender la crisis como una oportunidad para la modernización de España y, unidos en el movimiento Regeneracionista, se dedicaron a teorizar sobre la construcción de una España de progreso, europea y democrática.

Echa un vistazo, para repasar el siglo XIX, al siguiente juego de fichas, pinchando en la siguiente imagen.

8-Prim

Primero observa las 25 fichas una por una y, a continuación, barajéalas y a medida que vuelven a salir en distinto orden, trata de recordar qué acontecimientos representaban.  Puedes ir situándolos en un eje cronológico.

 

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