Geografía 2º de bachillerato (2): los recursos, el poblamiento y los problemas del medio ambiente
En esta página vamos a estudiar las relaciones entre la naturaleza y la sociedad en España. Lo enfocaremos desde varios puntos de vista muy ligados entre sí: el propio medio natural como proveedor de recursos básicos para la sociedad, la interacción entre dicho medio y la población que lo ocupa, las actividades económicas que resultan de tal interacción y que satisfacen las múltiples necesidades humanas y, por último, la distribución que, en función de todo ello, presenta la población española. Como corolario final, deberemos hacer mención a un aspecto esencial, como es la gestión de los graves problemas medioambientales que surgen como resultado de la interacción naturaleza / ser humano.
1. Paisaje geográfico y actividad humana en España
Si definimos el medio natural como la concreción física de la interrelación de los distintos elementos (tanto vivos como inertes) presentes en la Biosfera, comprenderemos que dicha interrelación es la base de un sistema en el que cualquier cambio en alguno de sus elementos genera cambios en los demás.

Parque Natural de Redes (Asturias)
La forma o aspecto con el que dicho medio se muestra ante nuestra vista sería el paisaje natural. En él, la actividad humana no habría modificado sustancialmente sus rasgos primigenios y no se podría individualizar ningún elemento cuya génesis se deba exclusivamente a dicha acción antrópica. En la imagen superior podemos contemplar un paisaje que se acercaría a esta concepción del paisaje natural.
A primera vista, en un paisaje natural destacan especialmente los elementos que tienen que ver con el relieve y con la vegetación. Esta última es la que aporta un mayor grado de diversidad a los paisajes y se distribuye de acuerdo con el clima reinante en cada zona. Por ello, éstos se clasifican en función del medio bioclimático en el que se desarrollan. Así, en España, nos encontramos con cuatro grandes tipos de paisajes naturales:
- El paisaje oceánico, en el norte y noroeste peninsular.
- El paisaje mediterráneo, en el interior, sur y este peninsulares.
- El paisaje de montaña, en las zonas por encima de los 1200 metros de altitud de la península.
- El paisaje canario, el más variado de todos, en las Islas Canarias.
A continuación se muestra un esquema de las características de los diversos componentes de dichos paisajes:
Desde el Neolítico, cuando aparece la producción de alimentos con la agricultura y la ganadería (primeras actividades económicas), comienza la transformación del medio para obtener de él lo que necesitamos para asegurar nuestra subsistencia (recursos). Así pues, el ser humano, que inicialmente se comporta como un elemento más del mismo, ha llegado a convertirse en uno de los mayores agentes transformadores del propio medio que lo sustenta. Surgirán así los paisajes humanizados, en los que dominan los factores de tipo antrópico, al tiempo que los elementos naturales muestran un elevado grado de transformación.
En definitiva, podríamos definir el paisaje geográfico como el aspecto visual que adopta la interacción de los diversos elementos y factores que lo conforman, tanto naturales como humanos. Englobaría tanto a los paisajes naturales como a los humanizados, y es el principal objeto de estudio de la geografía.
La consideración de muchos de los elementos presentes en la naturaleza, como recursos para la subsistencia o el progreso de las sociedades humanas, deriva de la integración de los mismos en los procesos que forman parte de la llamada actividad económica. El primero de ellos, la producción, es el que más incidencia tiene, debido a que necesita de materias primas y fuentes de energía para llevarlo a término. Una tecnología cada vez más sofisticada, permite un grado de aprovechamiento máximo de dichos recursos pero, al mismo tiempo, la creciente dependencia que la actividad económica mundial tiene del consumo de bienes y servicios, requiere de un mayor nivel productivo y de una distribución cada vez más eficaz, por lo que todo este conjunto de procesos, se traduce en una transformación del medio ambiente global cada vez más evidente. Tanto es así que, recientemente, ha quedado constatado el paso a una nueva era geológica dentro del período Cuaternario denominada Antropoceno, que vendría a suceder al Holoceno y que supone la confirmación de la enorme dimensión de la huella que el ser humano ha dejado ya sobre el planeta.

Paisaje costero producto de la acumulación (en playa y acantilados) de desechos de la siderurgia. Playa de Azkorri – Vizcaya
En la actualidad, esta huella que la actividad humana deja en el territorio, alcanza, en mayor o menor grado, a la práctica totalidad de la península ibérica. Los pocos espacios en los que aún puede reconocerse el medio natural prístino, tienden a ser valorados como auténticas joyas naturales que deben ser preservadas. Para ello, las administraciones públicas los incluyen dentro de la categoría de espacios naturales y los dotan de distintos grados de protección, asignándoles un valor tan alto que excluya cualquier tipo de explotación que pueda suponer una agresión a sus equilibrios naturales.
Los espacios naturales protegidos
Se definen como territorios bien delimitados en los que se regula un determinado grado de protección y preservación de la fauna, la flora, y otros rasgos particulares tanto del medio natural como de las formas de vida tradicionales que están en equilibrio con él.
En el mapa se muestra la distribución por España de dichos medios y los diversos grados de protección, máxima en el caso de los parques nacionales, más equilibrada en los paisajes protegidos y reservas naturales.
El asentamiento y el crecimiento de la población han sido, pues, los principales factores de modificación y transformación de los paisajes naturales de la Península Ibérica. Todo ello ha venido determinado, en última instancia, por la capacidad que tenían estos espacios de proporcionar a los pobladores los recursos necesarios para su subsistencia y progreso, recursos que variaban en función de los intereses y de la tecnología disponible por cada grupo de pobladores. Así, como vimos en el texto de Estrabón sobre nuestra península, ya en tiempos del Imperio Romano, éste la dividía en dos: una parte norte… «difícilmente habitable, áspera, fría y húmeda» y otra, al sur, «rica en minerales, tierras feraces y de clima muy benigno», lo que se traducía a comienzos de nuestra era, en una parte norte e interior pobre y escasamente poblada, y los valles del sur y del este de Iberia (que, según Estrabón, constituían el flanco meridional), de gran riqueza. Una visión muy diferente de lo que sucede hoy en día, en que la parte norte es, en términos generales, económicamente más rica y productiva que la sur. Y es que la relación entre población y recursos viene, como hemos dicho, condicionada por el nivel tecnológico y los diversos intereses que tenga aquélla, lo que hace que dicha relación pueda cambiar con el paso del tiempo.
Hoy en día, España afronta nuevos retos en relación a su población, (en proceso de envejecimiento evidente), a su estructura económica (en plena crisis del modelo productivo) y a los recursos necesarios para garantizar el mantenimiento de la actividad económica y el nivel de vida, especialmente si hablamos de recursos hídricos y energéticos.
2. Los recursos naturales y su importancia en España
Hemos visto la importancia de los recursos como base de las actividades económicas, como factor de asentamiento y expansión de la población y, por último, como principal agente de transformación del paisaje. Su estudio sirve de enlace entre la geografía física y la geografía humana (principalmente demográfica y económica), por lo que es importante comprender de qué forma se produce la interacción entre el ser humano y el medio natural y qué resultados y efectos secundarios tiene.
En primer lugar, entendemos por recurso natural, cualquier sustancia o materia que sirve para satisfacer alguna necesidad humana. Desde una perspectiva económica, podemos distinguir entre recursos abundantes, cuya utilización directa o indirecta no requiere el empleo de procesos tecnológicos complejos (dependiendo de los lugares, podrían ser el aire, el sol, el agua, etc.), y recursos escasos, que son aquellos para cuya extracción y/o aprovechamiento se requieren técnicas más o menos sofisticadas y son la base de algunas de las principales actividades económicas. Cuando, a partir de ahora, hablemos de recursos naturales, únicamente consideraremos estos últimos.
En España, además de los suelos, sustento de las actividades agropecuarias y forestales, y de las materias primas (materias que mediante una transformación específica dan lugar a productos elaborados), base de las actividades productivas, hay dos tipos de recursos naturales que, desde un punto de vista socio-económico y político, son claves: los llamados recursos hídricos (el agua) y los recursos energéticos (las fuentes de energía). En ambos casos, España no dispone ni de la cantidad suficiente (especialmente en cuanto a fuentes de energía) ni de un reparto homogéneo de los mismos (en el caso del agua), por lo que se necesita poner en marcha un sistema para su planificación y gestión, por un lado, y de distribución y abastecimiento, por otro.
Agrupamos, pues, a los recursos naturales en cuatro grandes conjuntos, entendiendo siempre que se trata de recursos escasos, para cuya utilización siempre es necesario el empleo de las técnicas adecuadas en su proceso de extracción y/o explotación: el suelo o tierra fértil, el agua o recursos hídricos, fuentes de energía y materias primas.
2.1. El suelo
La capa superficial de la corteza terrestre, compuesta por elementos sólidos (minerales y orgánicos), líquidos (agua principalmente) y gaseosos (CO2), en proporciones equilibradas, constituye el suelo. El suelo es el sustento de actividades como la agricultura, la ganadería y la explotación forestal y, por lo tanto, se comporta como un recurso, especialmente si es de alta calidad o fertilidad. Es, además, hoy por hoy, esencial para proporcionar a la población los alimentos necesarios para su subsistencia y garantizar el mantenimiento futuro de dicha alimentación, al menos mientras no surja y se generalice una forma alternativa de aporte nutricional a la población.
No toda la superficie es suelo (edafológico), como puede observarse en la imagen superior. Las grandes áreas de roca o de arena, en montañas, playas o áreas de «bad lands», no han constituido un suelo sobre el que pueda crecer la vegetación. Además, dentro de los distintos tipos de suelo, existen diversos grados de fertilidad.
En España, existe una enorme variedad de suelos, pero es en las grandes llanuras a baja altitud, propias de cuencas y valles de grandes ríos, o de áreas litorales, donde se encuentran aquellos suficientemente profundos y ricos en nutrientes, que permiten su aprovechamiento agrícola. Salvo en las depresiones del Ebro y del Guadalquivir, y en las llanuras aluviales y litorales del levante peninsular, no existen grandes extensiones continuas de suelos de alta calidad. Ello se debe a la existencia de la Meseta Central y su orla montañosa, áreas cuyo clima, relieve y litología, no favorecen la formación de suelos fértiles.
Para luchar contra estos condicionantes negativos, se han ideado soluciones que van desde el abonado con estiércol del ganado o el aporte de cal a los suelos demasiado ácidos, a la construcción de terrazas donde el suelo llano es escaso y abundan fuertes pendientes, incompatibles con la existencia de suelos evolucionados. Cuando la pendiente del terreno supera unos ciertos límites, el suelo se empobrece, ya que buena parte de sus componentes se trasladan ladera abajo hacia los fondos de valle. Si la presión demográfica es alta, la demanda de alimentos y, por tanto, de suelo agrícola, puede obligar a las comunidades agrícolas a construir terrazas o bancales, convirtiendo el plano inclinado de una ladera en un conjunto de superficies horizontales escalonadas, separadas por muros de contención, tal como se puede ver en la imagen.
Es un sistema que fue ampliamente utilizado en España durante siglos, aunque hoy se encuentra en claro desuso debido a la elevada inversión en mano de obra que requiere, la dificultad para introducir maquinaria moderna y la mayor competencia existente en un mercado global en el que adquirir los productos así obtenidos, resulta mucho más barato.
El suelo fértil, destinado a usos agrícolas, ha tenido que hacer frente a la expansión del fenómeno urbano, que, mediante el proceso de recalificación del terreno, ha perdido valor por sus propias características físicas (como suelo fértil) y lo ha ganado debido a factores externos, como la consideración de terreno urbanizable en las cercanías de las grandes ciudades que, durante la época de la burbuja inmobiliaria, supusieron una importante revalorización del mismo.
Para completar la información puedes leer el siguiente artículo de prensa en el que se habla de la importancia de los suelos y de la necesidad de protegerlos como recurso vital.
2.2. Los recursos hídricos (el agua)
Además de los usos que tiene por el hecho de ser un medio en el que se desarrolla la vida (acuática) y, por lo tanto, donde se lleva a cabo la actividad pesquera, o por servir como base física de la navegación y el transporte, el agua es uno de los recursos esenciales para las actividades económicas y la propia subsistencia del ser humano, y como tal recurso, puede ser abundante o escaso según las regiones. Así pues, los usos del agua, pueden dividirse en dos grandes conjuntos:
- Usos consuntivos, es decir, aquellos que suponen un consumo de agua. Entre ellos destaca el regadío agrícola, que suele suponer, al menos, las tres cuartas partes del consumo. Otros serían los usos industriales (refrigeración y limpieza de mecanismos, producción de vapor, etc.), los domésticos y urbanos y, finalmente, cada vez en menor porcentaje, los usos ornamentales y de ocio. Este tipo de usos suponen una reducción del volumen de agua existente en un territorio.
En el gráfico inferior podemos ver cómo se distribuyen los usos consuntivos de agua más significativos en España. En el conjunto del planeta, las cifras no cambian mucho, representando el regadío agrícola, aproximadamente, las tres cuartas partes del consumo total, mientras el resto de usos varían en torno a cifras similares a las de España.
- Usos no consuntivos, es decir, aquellos que no suponen un consumo o una reducción de la cantidad de agua existente, como la práctica de deportes acuáticos y otras actividades de ocio, o la generación de electricidad en centrales hidroeléctricas.
Vemos, pues como el regadío agrícola es el principal consumidor de agua en España (80%), seguido a gran distancia del consumo doméstico, industrial, urbano, etc. En total, entre 35.000 y 40.000 Hm3/año. Si tenemos en cuenta que la cantidad final de agua disponible (procedente en su mayor parte de las precipitaciones) asciende a un volumen de entre 40.000 y 45.000 Hm3/año, podemos afirmar que la relación entre la demanda y la disponibilidad de agua se halla equilibrada. A dicha relación se le denomina Balance Hídrico Anual, es decir, la relación entre el agua disponible para los diversos usos y el consumo efectivo que se hace de la misma en un territorio determinado.
Los aportes de agua se producen principalmente por las precipitaciones y las pérdidas suelen ser debidas a filtraciones subterráneas, a la evaporación y a la evapotranspiración de bosques y cultivos, o bien por la escorrentía de la misma hacia los grandes colectores fluviales que desembocan en el mar.
Sin embargo, los fuertes contrastes de precipitación entre unas cuencas hidrográficas y otras, dan lugar a la existencia de importantes déficits en unas regiones, mientras otras son excedentarias, por lo que será necesario construir grandes y costosas obras hidráulicas para regular los recursos hídricos (embalses, canales, trasvases) y para optimizar la calidad del agua (plantas potabilizadoras y plantas depuradoras).
- Obras para regular y aumentar los recursos hídricos: embalses, canalizaciones y trasvases. También pueden añadirse en este apartado las plantas desalinizadoras de agua del mar.
- Con el fin de preservar o mejorar la calidad del agua se construyen, además, plantas potabilizadoras, para abastecer a las ciudades de agua potable; y plantas depuradoras de aguas residuales, destinadas a tratar y eliminar las sustancias tóxicas del agua que vuelve a los ríos tras su uso doméstico o industrial.
Llevarlas a cabo supone contar con una política hidráulica que debe regular y gestionar los recursos mediante una serie de actuaciones en el marco legal (Ley de Aguas) y en la planificación (Planes hidrológicos de Cuenca* y Plan Hidrológico Nacional*.) El presupuesto básico para ello es una legislación que define al agua como bien de dominio público, por lo que cualquier tipo de uso y explotación de la misma requiere el debido permiso o licencia.
En segundo lugar, dado que los ríos son las arterias esenciales para la recogida y distribución del agua de las precipitaciones, principal aporte hídrico al sistema, el territorio español se divide en distintas demarcaciones coincidentes con las más importantes cuencas hidrográficas, llamadas Confederaciones hidrográficas. Se trata de organismos de carácter público, cuya principal labor consiste en la regulación, gestión y preservación de los recursos hídricos, así como la elaboración de los planes de cuenca que establecen el balance entre la demanda y la disponibilidad de agua, diseñando si es preciso la construcción de obras hidráulicas. A su vez, el Plan Hidrológico Nacional coordina los planes de cuenca, propone los grandes objetivos de planificación de los recursos a nivel nacional y evalúa su cumplimiento.
2.3. Las fuentes de energía
Se denominan así aquellas sustancias o materias de las que se obtiene energía. Ésta, a su vez, puede presentarse bajo diversas formas (mecánica, electromagnética, calorífica, lumínica, etc.) Podemos distinguir entre energía primaria y energía final. Ésta última es la que consumimos directamente (por ejemplo, la electricidad que llega a nuestros hogares o la gasolina que mueve nuestro vehículo); se obtiene a partir del procesamiento y la transformación de recursos naturales que contienen la llamada energía primaria. Hoy en día, estos recursos son vitales para asegurar el masivo consumo energético sobre el que se sustenta la producción y distribución de bienes y servicios.
Como país con un alto índice de desarrollo humano, España requiere de grandes cantidades de energía para mantener su actividad económica y su crecimiento. Sin embargo, su modelo productivo, al igual que el de otros países, se basa en el consumo de grandes cantidades de combustibles fósiles como el carbón y, sobre todo el petróleo y el gas natural, fuentes de energía de las que España no produce más que una pequeña cantidad. Es por ello, que el mercado energético español se caracteriza por un gran desequilibrio en la demanda (dominada por el petróleo) y la fuerte dependencia del exterior.
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Caballete de extracción petrolífera en Ayoluengo (Burgos)
Dentro de las principales fuentes de energía primaria (obtenidas en la naturaleza de forma directa), podemos establecer dos grandes grupos, según se comporten como fuentes almacén o como fuentes flujo, es decir, si se trata de fuentes renovables o no renovables.
2.3.1. Fuentes de energía no renovables
Son aquellas que están presentes en la naturaleza en una cantidad limitada, dado que, o no se regeneran, o tienen un ciclo demasiado largo. Por ello, es preciso disminuir su consumo o consumirlas de forma eficiente. las podemos dividir en dos grandes grupos:
- Combustibles fósiles, que se han formado por la descomposición y fosilización de materia orgánica durante millones de años. Son tres:
- El carbón: es el primero que comenzó a ser usado de forma masiva durante la Primera Revolución Industrial (desde finales del siglo XVIII), en la producción de hierro, alimentando los grandes hornos de fundición de la industria siderúrgica. Hoy en día se utiliza fundamentalmente para generar electricidad en centrales térmicas.
Ha sido (y sigue siendo) el responsable de la mayor parte de las emisiones de CO2 a la atmósfera, principal gas de efecto invernadero. - El petróleo: comenzó a usarse en grandes cantidades a partir de la Segunda Revolución Industrial (desde finales del siglo XIX) y hoy es la fuente de energía más consumida en todo el mundo, distribuyéndose en el él mediante oleoductos y barcos petroleros. Se usa en la generación de electricidad y, sobre todo, en el transporte.
Produce también elevadas emisiones de gases contaminantes y sustancias tóxicas que suponen una importante contribución a la polución de ciudades y áreas industriales. - El gas natural: es un subproducto de la formación del petróleo, en forma de gas, que durante mucho tiempo se desechó como fuente de energía. Actualmente ha incrementado su presencia en el mercado energético gracias al desarrollo de nuevas tecnologías que permiten su extracción segura y eficaz, y su transporte (gasoductos y barcos metaneros)
- El carbón: es el primero que comenzó a ser usado de forma masiva durante la Primera Revolución Industrial (desde finales del siglo XVIII), en la producción de hierro, alimentando los grandes hornos de fundición de la industria siderúrgica. Hoy en día se utiliza fundamentalmente para generar electricidad en centrales térmicas.
- La energía nuclear se basa en la utilización de minerales radiactivos, como el uranio y el plutonio, para generar, por fisión de su núcleo, las altas temperaturas que producen el vapor con el que, como en una central térmica convencional, se mueve una turbina-alternador que genera corriente eléctrica.
Se halla envuelta en una constante polémica debido a dos causas principalmente: las nefastas consecuencias que puede tener un accidente en una de estas centrales, y la acumulación de residuos radiactivos de muy difícil eliminación, que deben ser enterrados en «cementerios» nucleares.
En conjunto, podemos decir que las fuentes de energía no renovables presentan dos graves problemas de cara a la continuidad de su explotación y consumo. A saber, que más tarde o más temprano se agotarán y, en segundo lugar, que su uso masivo genera grandes cantidades de emisiones contaminantes o de gases con efecto invernadero. Por ello, con el tiempo, su consumo habrá de limitarse a su uso como materias primas más que como fuentes de energía.
2.3.2. Fuentes de energía Renovables
Son aquellas que existen en la naturaleza en forma de flujo más o menos constante: el agua de los ríos, el viento, la radiación solar, las mareas, etc. Es por ello que no se agotan ni, en su aprovechamiento, causan emisiones dañinas para el medio ambiente. La desventaja que tienen es que la energía es más difícil de captar y no se produce donde se necesita, por lo que se requieren costosas instalaciones tanto de captación como de transporte de la misma.
Las más conocidas, hoy por hoy, son las siguientes:
- Energía hidráulica: es la más utilizada, sobre todo en la generación de electricidad que se lleva a cabo en las llamadas centrales hidroeléctricas.
Es una energía limpia porque no produce residuos, pero la construcción de presas y embalses para crear saltos de agua y aprovechar la energía que se libera en ellos, supone graves impactos en el medio ambiente, especialmente en la fauna piscícola y en la vegetación del entorno, así como en el medio humano, ya que quedan anegados gran cantidad de terrenos fértiles en el valle del río embalsado. - Energía eólica: Es la segunda en orden de importancia en relación a su uso y difusión en España. Aunque la utilización del viento como fuerza motriz tiene una larga tradición en nuestro país, en las últimas décadas se han ideado mecanismos muy eficientes de generación de energía eléctrica (aerogeneradores) dispuestos en grandes conjuntos denominados parques eólicos como el que se muestra en la imagen inferior.
Se trata de una fuente de energía limpia, pero su presencia masiva en zonas de vientos regulares suele coincidir con las rutas de migración de aves, por lo que suponen un daño importante en el medio ambiente que se suma al impacto visual y sonoro que deteriora el paisaje en el que se encuentran. - Energía Solar: Aprovecha la radiación solar para producir electricidad. Existen dos tipos:
- Energía solar fotovoltaica, en la que la radiación solar se convierte de forma directa en electricidad en paneles compuestos por células fotovoltaicas.
- Energía termosolar, en la que la generación de electricidad se produce gracias a la existencia de espejos que reflejan la luz del sol concentrándola en un depósito en el que se calienta el agua hasta producir vapor. A partir de ahí, el mecanismo es similar al de una central eléctrica convencional.
- Energía de la Biomasa: es la que se obtiene de la fermentación y combustión de los residuos vegetales y otros subproductos de origen orgánico, especialmente los que se obtienen de la explotación de los bosques y de las actividades agropecuarias.
- Energía Geotérmica: procede de las reacciones químicas naturales que se producen en el interior de la Tierra y que generan gran cantidad de calor que calienta el agua de las capas profundas de la corteza.

Central Termosolar
Todas ellas se basan en la utilización de recursos inagotables o renovables, son limpias y, si se desarrolla finalmente una tecnología adecuada, resultarían muy baratas.
Por tanto, estas últimas deben ser la base de la reactivación económica de España en el futuro, en que, cumpliendo con las exigencias del protocolo de Kyoto (dadas las características antes mencionadas), y gracias a su abundancia en nuestro territorio (especialmente de la solar y la eólica), se conviertan en garantía de sostenibilidad de la producción energética a largo plazo.
2.4. Las Materias Primas
Son todos aquellos recursos que obtenemos directamente de la naturaleza y que, una vez sometidos a determinados procesos de transformación, permiten la elaboración de bienes listos para ser consumidos o utilizados en otro tipo de actividades. Son, por lo tanto, la base de la actividad industrial y su control y suministro es vital para los estados y las empresas. La obtención y, si es preciso, la extracción de materias primas depende de actividades tradicionales como la agricultura, la ganadería o la pesca, así como de una actividad específica como es la minería. Por el volumen de materias extraídas y por el de trabajadores que emplea, esta ha sido una actividad clave dentro de la estructura económica nacional. En el mapa inferior podemos observar las principales áreas mineras en España
Podemos clasificar las materias primas en dos grandes grupos: las materias primas de origen orgánico y las materias primas de origen geológico, o minerales.
2.4.1. Materias primas orgánicas
Son aquellas que proceden de diferentes especies animales y vegetales, tales como el hueso, el cuero, la lana, el algodón, la resina o la madera. Son las que primero se utilizaron como tales materias primas, ya en la Prehistoria, cuando tanto hombres como mujeres las cazaban o las recogían directamente en la naturaleza. Hoy, la mayoría procede de actividades como la agricultura, la silvicultura o la ganadería.
España produce una gran variedad de materias primas orgánicas, especialmente por lo que se refiere a aquellas de origen forestal, como la madera destinada a la industria papelera y del mueble, y animal. como el cuero y la lana. Sin embargo, en conjunto es deficitaria y debe importar buena parte de las que necesita.
2.4.2. Materias primas minerales
Éstas, a su vez, las podemos dividir en tres subgrupos: las rocas de cantera (mármol, granito, pizarra, etc.), los minerales metálicos (hierro, plomo, bauxita, coltán, etc.) y los minerales no metálicos (Silicio, caolín, sal gema, etc.) Hoy en día son muy usados en la construcción (las rocas de cantera y algunos minerales no metálicos) y en la industria (especialmente los minerales metálicos).
La minería es la actividad encargada de su extracción. España, en términos generales, es deficitaria en materias primas minerales, por lo que debe importar en grandes cantidades. La débil producción propia, unida a la fuerte competencia exterior que sufre desde hace décadas, han dado como resultado una importante caída tanto en la producción como en la generación de empleo en el sector, tal como se puede ver en los siguientes gráficos, extraídos del informe Panorama minero 2017 publicado por el Instituto Geológico y Minero de España (IGME).
La suma de problemas que afectan a la minería española, principalmente el agotamiento de los filones, la escasa calidad de la producción en muchos casos, y la consiguiente dependencia exterior, han llevado a la crisis de este sector, con el inicio de un proceso de reconversión que ha supuesto el cierre de numerosas explotaciones mineras y la modernización de las restantes, en busca de una mayor competitividad.
3. Evolución económica, social y demográfica de España en la era contemporánea
Al igual que en el resto de los países europeos, un rápido vistazo a la historia de la población española, muestra cómo los cambios que han tenido lugar en su distribución territorial han estado asociados a una serie de transformaciones económicas y tecnológicas que han determinado tanto los recursos demandados como el modo de producción. Así, en España, la evolución económica y la demográfica, han ido parejas desde los inicios de la edad contemporánea, y han acarreado consigo grandes movimientos de población e importantes cambios sociales y culturales que se han ido manifestando a través de un proceso complejo que suele englobarse bajo el concepto general de industrialización. No obstante, la resistencia a los cambios es, en algunos casos, muy intensa, de tal manera que durante mucho tiempo convivirán situaciones propias de la época industrial con otras en las que la inercia del pasado aún se dejará notar. Es por ello que hablaremos de etapas o características preindustriales, simultáneas a la industrialización y, más recientemente, de sociedades pos-industriales
3.1. La España anterior al proceso de industrialización
A mediados del siglo XIX, España es un país básicamente rural, escasa y desigualmente poblado, en el que predomina el sector primario de la economía, basado en una agricultura de subsistencia, con una estructura de la propiedad ineficiente y que emplea métodos y sistemas de cultivos arcaicos, con pobres rendimientos y baja productividad. Prácticamente no hay industria, fuera de algunos núcleos en Barcelona y el País Vasco, y la exportación de materias primas y de algunos productos agrícolas son la única actividad económica que presenta rasgos modernos.
Es cierto que la desamortización de los bienes del clero y los intentos de reforma agraria liberal que se llevan a cabo, ponen en el mercado una cantidad mayor de tierra roturada, lo que permitirá la consolidación de la propiedad privada como base de la economía. Ello tiene su reflejo inmediato en un aumento de la producción agrícola y en el consiguiente crecimiento de la población, como queda patente en el gran incremento producido entre 1833 y 1857
Si las primeras décadas del siglo XIX habían traído a España retos muy complicados, (guerra contra Napoleón, pérdida de las colonias americanas, etc.), a ellos habrá que sumar problemas como la escasa capacidad inversora de la burguesía, un mercado interior escuálido, el importante atraso tecnológico en todos los campos de la producción, la inadecuada estructura de la propiedad, y la posición periférica respecto a los centros neurálgicos del desarrollo industrial y económico europeo. En definitiva, las transformaciones que se producen durante la primera mitad del siglo XIX, se muestran insuficientes ante el peso de los problemas arrastrados, un lastre cuya principal consecuencia fue que España llegase a la Revolución Industrial con un considerable retraso respecto a otros países de Europa occidental.
3.2. Los inicios de la industrialización española durante la segunda mitad del siglo XIX
Si bien podemos situar en la década de 1830 el arranque de la industria moderna en España, no será hasta 1855, con la promulgación de la ley de ferrocarriles y la puesta en marcha de diversas políticas de apertura económica por parte del gobierno progresista, cuando la industrialización cobre fuerza. Para ello, fue imprescindible superar obstáculos tales como el atraso cultural y tecnológico del país, la inestabilidad política ya mencionada, la insuficiente disponibilidad de materias primas y fuentes de energía, la escasa inversión en el sector industrial y, sobre todo, la debilidad de un mercado interior que apenas demandaba productos manufacturados.
La producción industrial se desarrolló en dos áreas bien definidas, en las que ya existía cierta tradición manufacturera: Cataluña, centrada en el sector textil del algodón, y el País Vasco, orientado hacia el sector siderometalúrgico. A nivel técnico, se basó en la utilización de ingenios hidráulicos (movidos por agua) y las cada vez más habituales máquinas de vapor, que usaban carbón como fuente de energía. Estos mecanismos se completaban con tareas rutinarias llevadas a cabo por una numerosa mano de obra de trabajadores con escasa o nula cualificación.
Vemos, pues, que la localización industrial respondía en esta época a dos tipos de factores:
- Factores físicos: proximidad a las materias primas y las fuentes de energía, y existencia de emplazamientos favorables para el acceso a las mismas y para la salida y distribución de sus productos.
- Factores humanos: acceso o cercanía a un mercado de consumo amplio y a la mano de obra necesaria, disponibilidad de capital y capacidad financiera para acometer las grandes inversiones que requerían las instalaciones industriales, infraestructuras básicas (carreteras, puertos, ferrocarril, etc.) para el desarrollo de un tejido industrial y una política económica favorable.
Enseguida se crearon y consolidaron grandes aglomeraciones urbanas e industriales en aquellos puntos del país que reunían algunos de los requisitos antes enunciados. Así, además de Cataluña y el País Vasco, la industria siderúrgica se desarrolló en Asturias, en torno a las cuencas carboníferas del interior y el puerto de Gijón, en Madrid, a partir de un industria ligera, de bienes de uso y consumo, así como en otras comarcas mineras (Cantabria, León, Almadén, etc.) y urbanas.
La participación de la industria en el PIB español fue creciendo progresivamente hasta representar el 15% a finales del siglo XIX, a la par que también crecía el empleo industrial, que alcanzó el 27% hacia esa época. No obstante, la inversión nacional en el sector se mantenía en niveles muy bajos y la participación de capital extranjero llegó a ser muy elevada (más del 50%). La dependencia del exterior no se quedaba solo en el aspecto financiero, sino que fue también tecnológica y energética, lo que restaba capacidad de crecimiento a la industria española. Finalmente, la adopción de medidas proteccionistas terminó por impedir el desarrollo de una industria más competitiva y su difusión por todo el territorio español.
La expansión de la red ferroviaria durante la segunda mitad del siglo siempre estuvo muy ligada al desarrollo industrial español. Su construcción supuso un fuerte impulso para el sector minero-siderúrgico por la gran demanda de hierro para raíles, máquinas y vagones, pero también favoreció la llegada de capital extranjero que veía en los proyectos ferroviarios la oportunidad para dotar a España de las infraestructuras necesarias que debían convertirlo en un país moderno, en crecimiento y atractivo para las inversiones.
Aunque el ferrocarril tuvo en principio como grandes objetivos la comunicación de Madrid con el resto de las grandes ciudades españolas y, por otro lado, facilitar la salida de materias primas hacia los grandes puertos de exportación del país, lo cierto es que puso las bases para la progresiva creación de un mercado interior dinámico que se iría consolidando durante el siglo siguiente.
Vinculados al proceso de desarrollo económico descrito, se produjeron varios fenómenos de gran trascendencia en la España de la segunda mitad del siglo XIX: el crecimiento de la población, previo a la llamada transición demográfica, el inicio tímido del éxodo rural, la expansión urbana y, finalmente, transformaciones en la composición de la sociedad, como el lento surgimiento del proletariado urbano y de la clase media, y la progresiva afirmación del prestigio y el peso político y social de la burguesía. En definitiva, aunque la crisis de la guerra contra EE.UU. y la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) supuso un duro golpe para la economía española, los cambios en la dinámica económica, demográfica y social, eran imparables y anunciaban las grandes transformaciones que llegarían durante el siglo XX.
3.3. Los cambios en la dinámica económica, social y demográfica española desde comienzos del siglo XX hasta 1975
El desarrollo económico y social español durante estos tres cuartos de siglo estuvo sometido a importantes vaivenes derivados de la enorme inestabilidad política y social existente. La crisis del 98 dio paso a un período de cierta expansión económica que se desarrolló en un clima de conflicto social casi permanente y con la I Guerra Mundial y la guerra de Marruecos como fondo. La profunda crisis política y social que provocó el fin de la Restauración, muy vinculada con la nefasta gestión de la guerra de África, tuvo como colofón la instauración de la dictadura de Primo de Rivera en 1923, hasta su caída en 1930. En 1931 se proclamó la 2ª República, que coincide con un período de depresión económica mundial en el exterior, y con un escenario de grandes convulsiones sociales y políticas en el interior. Terminará de forma trágica con la sublevación militar que originó la Guerra Civil (1936 a 1939). A su término, se inició una larga dictadura dirigida por Francisco Franco, que solo concluye con su muerte en 1975. Hasta mediados de los años de 1950, el régimen franquista tratará de recurrir a la autarquía como sistema económico, lo que dio lugar a un período de retracción económica y miseria. La apertura exterior y el abandono de la autarquía, en coincidencia con un período de expansión económica mundial, impulsarán el desarrollo económico español previo al fin de la dictadura.
3.3.1. Las actividades productivas: los sectores primario y secundario
A pesar del desarrollo industrial, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, el sector primario, y en especial la agricultura, seguirán constituyendo la base de la economía española, tanto por su participación en el PIB, como por el porcentaje de población activa ocupada. Sin embargo, el campo español arrastrará los problemas heredados del siglo anterior, es decir, el atraso tecnológico y el inadecuado tamaño de las explotaciones, debidos en buena medida a una estructura de la propiedad en la que se combinan latifundios subexplotados en el sur de la península, y una propiedad atomizada en pequeños minifundios en el norte. El reducido número de propietarios medios tuvo como consecuencia la escasa incorporación de innovaciones técnicas en las explotaciones agrícolas, que mantuvieron así una baja productividad y competitividad. Hasta la década de 1960, se mantuvo, pues, una estructura agraria tradicional centrada en el autoconsumo y basada en el empleo de numerosa mano de obra, técnicas y sistemas de cultivo arcaicos, y en una estructura de la propiedad ineficiente. Solo a partir de esa fecha, comenzará a experimentar el sector agropecuario español un desarrollo y modernización progresiva que vendrán de la mano de políticas agrarias dirigidas al cambio en la estructura de la propiedad, como las de concentración parcelaria o la ley de fincas manifiestamente mejorables.
Por lo que se refiere al proceso de industrialización español, asistimos a su lenta consolidación en las tres primeras décadas del siglo, para ralentizarse después, coincidiendo con la crisis mundial de los años 30. Durante la Guerra Civil (1936 a 1939) y la posguerra, sufrirá un fuerte retroceso que durará hasta el Plan de Estabilización de 1959. Las medidas de apertura económica y el abandono de la autarquía, produjeron rápidamente efectos positivos que se concretaron en el llamado «desarrollismo» de la década siguiente.
Los años de 1960 y primeros 70, son años de desarrollo y crecimiento industrial, gracias a la puesta en marcha de políticas de promoción y expansión industrial que se tradujeron en un aumento notable de la inversión, con la llegada de las primeras empresas multinacionales a nuestro país. España ofrecía en esos momentos ventajas comparativas tales como los bajos costes de producción (salarios, suelo industrial, estabilidad política, etc.) y un tratamiento fiscal muy favorable. También fue decisivo en este crecimiento, el bajo precio de la energía, especialmente del petróleo. Los sectores que más se desarrollaron fueron los de base (siderurgia integral, refinerías, petroquímica, electricidad, etc.), así como la industria de bienes de consumo (textil y calzado, electrodomésticos, automovilística, etc.). En consonancia con todo ello, el tamaño medio de las empresas industriales creció notablemente, aunque seguía predominando la pequeña y mediana empresa.
Por otro lado, aumentó el número de ciudades y regiones industriales, a partir de los polos de promoción y desarrollo industrial, y de la propia dinámica de crecimiento antes comentada. Las áreas más favorecidas fueron la cornisa cantábrica, Valencia o la bahía de Cádiz, al tiempo que seguían creciendo y expandiéndose las áreas tradicionales del País Vasco y Cataluña. Aparecieron así incipientes áreas y ejes de difusión industrial, tanto a nivel nacional (eje del Ebro-Mediterráneo) como regional (litoral gallego o Andalucía occidental).
3.3.2. La expansión urbana, los cambios sociales y el desarrollo del sector terciario
Este proceso de desarrollo industrial requirió un volumen de mano de obra desconocido hasta entonces. Dicha demanda fue satisfecha por un éxodo rural masivo, protagonizado por cientos de miles de campesinos que abandonaban el campo huyendo del hambre inherente a una agricultura de subsistencia de muy bajos rendimientos.

Éxodo rural
La búsqueda de mejores condiciones de vida en las grandes ciudades industriales dio como resultado un gran crecimiento urbano desde finales del siglo XIX. Barcelona, Bilbao, Valencia o la propia capital, Madrid, experimentarán en estos años un crecimiento espectacular. Ello se materializó en la construcción de nuevos barrios de residencia obrera y de ensanches burgueses que, partiendo del centro histórico, daban respuesta a la necesidad de distinción de la clase dominante y permitían una expansión ordenada de la ciudad. Uno de los mejores ejemplos de planificación del crecimiento urbano es el Ensanche de Barcelona, diseñado según una trama en cuadrícula que ponía de relieve ese deseo de orden y prestigio.
En paralelo a este proceso, la sociedad, aún con una importante componente rural, irá incorporando los cambios que trae consigo el modo de vida urbano, entre los que destaca la consolidación, progresiva pero firme, de la clase media, pero también la formación de un proletariado con capacidad para organizarse y reivindicar mejoras laborales, que participa del auge que experimenta en toda Europa el movimiento obrero: sindicatos, partidos socialistas, movimientos anarquistas, etc.
El impulso de la industrialización y el crecimiento de las ciudades, tuvieron otra consecuencia, como fue el desarrollo de un sector servicios inexistente en España hasta el siglo XX. El transporte tuvo en la expansión del ferrocarril su máximo exponente, destinado al traslado de materias primas hacia los puertos (exportación) y a plantas industriales en las que se transformaban en manufacturas que, a su vez, se exportaban o se distribuían por el país. La lenta formación de un mercado interior, dio impulso al comercio, a medida que los establecimientos al por menor que surgían en el centro de las ciudades, sustituían a los mercados tradicionales. Así mismo fueron apareciendo otros servicios complementarios, tales como la sanidad, la educación, las comunicaciones, los talleres de reparaciones, etc.
Uno de los servicios que más importancia económica adquirió en España fue el turismo. Hasta la década de 1960 no fue relevante; sin embargo, a partir de entonces, iniciará un crecimiento basado en la oferta de «sol y playa» a turistas europeos, hasta convertirse en un fenómeno de masas que, por un lado, obligó al desarrollo de las infraestructuras necesarias, y por otro, permitió una entrada de divisas de tal volumen que fue una de las bases del crecimiento económico de España durante los años previos a 1975. En este desarrollo fueron decisivos tanto factores externos (el gran crecimiento económico de Europa occidental en estos años, y el progreso y abaratamiento de medios de transporte como el avión y el automóvil) como factores internos (proximidad geográfica a la clientela europea, los abundantes recursos naturales y culturales, el bajo coste de la oferta hotelera y la estabilidad política impuesta por el régimen franquista)
En la imagen, la localidad turística de Benidorm en los años 60 del siglo pasado. En ella podemos observar el carácter de masas que tuvo el turismo en esta época, basado en una oferta abundante y barata dirigida a una clase media que demanda pocos servicios, y cuya actividad se concentra en los meses de verano (estacionalidad), lo que a largo plazo, podía suponer un problema.
3.3.3. Transición demográfica, crecimiento y distribución de la población
Durante todo el siglo se desarrolló, aún con episodios traumáticos como la epidemia de gripe de 1918 y la Guerra Civil, la transición demográfica de la población española, que pasó de un régimen demográfico tradicional, definido por altas tasas de natalidad y mortalidad que daban lugar a un crecimiento natural bajo, a un régimen demográfico moderno en el que dichas tasas adoptan valores muy bajos y el crecimiento natural puede llegar a ser negativo. La reducción de las tasas de natalidad y mortalidad no fue simultánea, sino que, debido a la mejora de los hábitos higiénicos, los avances científicos y la creación de una red de asistencia sanitaria, primeramente se redujo la mortalidad y, posteriormente, a medida que la forma de vida urbana se fue extendiendo y los hijos pasaron de ser un ayuda al sistema familiar, a ser una carga económica, se redujo también la natalidad. Así pues, durante varias décadas, como se puede observar en el gráfico, la diferencia entre tasas fue claramente favorable a la natalidad, lo que se tradujo en un gran crecimiento natural.
Todo ello tuvo varias consecuencias principales que se refieren a los siguientes aspectos:
- El crecimiento de la población, que se duplicó en tres cuartos de siglo, pasando de poco más de 18 millones de habitantes en 1900 a 36 millones en 1975, momento a partir del cual, se inicia una fuerte caída del crecimiento natural.
- El incremento de los flujos migratorios hacia las áreas urbanas en el interior (éxodo rural) y hacia América y Europa en el exterior. La caída de la natalidad y los cambios socioeconómicos experimentados por España en los años posteriores a 1975, llevaron, incluso, a que nuestro país, por primera vez en su historia, se convirtiera en receptor de inmigrantes.
- La tasa de urbanización creció hasta hasta superar las tres cuartas partes de la población, siendo del 80% en la actualidad. Ello también supuso la expansión de la cultura y los modos de vida urbanos al resto del territorio, lo que contribuyó decisivamente a la modernización del país.
- Se consolidó así un reparto desequilibrado de la población, caracterizado por la disposición central y periférica de las mayores densidades de población, tal como se observa en el mapa, donde destacan las aglomeraciones de Madrid y Barcelona, así como todo el eje mediterráneo.
4. Problemas y riesgos medioambientales en España
La explotación y utilización de los recursos naturales y la evolución socioeconómica y demográfica anteriormente descrita, han ido asociados a una serie de alteraciones en las condiciones medioambientales que, durante las últimas décadas, no han hecho sino aumentar a un ritmo cada vez mayor. Ello ha generado numerosos problemas y un deterioro de los ecosistemas sin precedentes que, actualmente, se manifiestan de diversas formas. Comenzaremos con una visión general de la evolución histórica de los procesos de transformación que han experimentado los diversos medios naturales en la península ibérica, antes de pasar al estudio de los problemas y alteraciones medioambientales más preocupantes en la España actual.
4.1. Evolución de los procesos de alteración y transformación del territorio peninsular hasta la actualidad
Durante el primer período de la prehistoria (Paleolítico) surgió, a partir de homínidos anteriores, nuestra especie (Homo sapiens). Nuestros primeros antepasados se integraban en el ecosistema natural como predadores, pero también como posibles presas, por lo que, en cuanto dispusieron del desarrollo cultural y tecnológico necesario, dieron el paso, durante el período Neolítico, a una economía basada en actividades de producción. Éstas se basan en la explotación de recursos naturales mediante la utilización de técnicas específicas, lo que se tradujo en la transformación del entorno natural. El aumento de la seguridad y la regularidad en el aporte de nutrientes crearon las condiciones para que se produjeran dos importantes efectos de carácter geográfico: el aumento de la población y la difusión de un modo de vida sedentario.
Posteriormente, la aparición de los metales sirvió para poner en valor determinadas materias primas minerales que impulsaron el desarrollo de dos nuevas actividades económicas: el comercio y la artesanía. La concentración de artesanos, comerciantes, agricultores, sacerdotes y gentes de otros oficios, en determinados lugares, dio origen a las primeras ciudades que, con el tiempo, se convertirían en centros de control, organización y explotación del territorio, así como en importantes focos de producción y consumo. Todo este proceso dura, según los lugares, entre 2.000 y 3.000 años y tiene como principal consecuencia de carácter geográfico, la transformación radical de los paisajes naturales en los territorios afectados, que acabarían convirtiéndose en paisajes humanizados.
En la península Ibérica, el Neolítico se expande desde el Mediterráneo (a cuyas costas llega hacia el 6.000 a.C.) hasta alcanzar la práctica totalidad del territorio en el 2.500 a.C. El predominio de la práctica ganadera sobre un medio natural caracterizado por el frágil equilibrio ecológico establecido tras el final de la última glaciación, se tradujo en importantes transformaciones del paisaje vegetal peninsular. Las primeras ciudades surgieron ya en el primer milenio a.C., en relación a los asentamientos comerciales de fenicios y griegos en la costa mediterránea y suratlántica. Sin embargo, será la irrupción de Roma en la península, tras las Guerras Púnicas, la que provocará, mediante una exhaustiva explotación de los recursos naturales, una intensa deforestación y degradación ecológica del territorio, que irán acompañadas de la introducción de nuevas especies vegetales que se irán integrando paulatinamente en el nuevo paisaje vegetal hispano.
Durante la Edad Media, el avance cristiano hacia el sur y los procesos de repoblación de las regiones del interior, también responden, en esencia, a una búsqueda de recursos (especialmente suelo agrícola o pastos para el ganado) que modificarán, más modestamente que en época romana, el medio natural peninsular. Habrá que llegar a la Edad Moderna para asistir al siguiente capítulo de deforestación y modificación del paisaje vegetal, esta vez debido, en buena medida, a la tala de los viejos bosques de robles de la España húmeda para obtener la madera necesaria para la construcción de la ingente flota que dio a España el dominio de los mares durante casi dos siglos.
Desde mediados del siglo XIX, será la revolución industrial, tardía pero efectiva, la que aseste un golpe definitivo a la vegetación primaria en España. Vino de la mano de un aumento de la población que, en primera instancia, se tradujo en una ocupación masiva de nuevas tierras para el cultivo, que redujo la ya de por sí menguada cubierta vegetal; después, la consolidación del proceso de urbanización, hizo aumentar la demanda de suelo y de recursos de todo tipo que, mayoritariamente, procedían del propio territorio. Por último, la expansión del ferrocarril, con la gran demanda de minerales y madera que llevaba aparejada, dieron la puntilla al paisaje vegetal español autóctono.
Así pues, antes de que comenzara el pasado siglo, España era un territorio desolado, sin árboles y con los recursos exhaustos después de dos milenios de explotación extensiva de los mismos. A la política de reforestación emprendida por el estado y la puesta en valor de nuevos recursos en relación con las nuevas actividades económicas, se unió el éxodo rural, que supuso el abandono de tierras de cultivo marginales (de nuevo, ocupadas por la vegetación natural) para devolver, durante el siglo XX, a España, parte de la cubierta arbórea perdida y una cierta activación de su economía (con el parón correspondiente a la Guerra y Posguerra Civil) que se mantuvo hasta finales del mismo, al tiempo que el país se urbanizaba a marchas forzadas y se producía un crecimiento y una redistribución espectacular de la población.
Una visión más detallada de lo que ha supuesto el siglo XX en la transformación del paisaje natural y humano español, se puede leer en el documento elaborado por el Instituto Geográfico Nacional. Pincha sobre el mapa para acceder a él.
De la interacción entre el medio natural y las sociedades que se asientan en cada uno de ellos, surgen dos tipos de riesgos: unos provocados directamente por los daños catastróficos que los propios elementos naturales pueden provocar en las comunidades humanas, tales como seísmos o inundaciones; otros, son riesgos indirectos causados por los efectos nocivos que, sobre la vida, tiene la alteración humana de dichos elementos naturales, tales como los vertidos tóxicos al mar o el cambio climático.
4.2. Los riesgos naturales en España
España no es un país excesivamente expuesto a riesgos naturales que sean capaces de provocar por sí mismos consecuencias catastróficas. Si llegan a producirse, normalmente es debido a la ocupación humana de lugares expuestos o porque la modificación de ciertos elementos naturales protectores incrementa la probabilidad y los daños causados por tales catástrofes. Podemos clasificar los riesgos naturales en dos grandes grupos:
4.2.1. Los riesgos geológicos
Son los causados por las fuerzas internas de la litosfera o por la acción brusca de los agentes erosivos. Los más frecuentes en España son los siguientes:
- Los seísmos o temblores de tierra provocados por el desplazamiento de las placas tectónicas. Son relativamente frecuentes en el sur y el este de la península. El más intenso de las últimas décadas ocurrió en Lorca (Murcia) en 2011, con una intensidad de 5,1.
- Las erupciones volcánicas son relativamente comunes en las islas Canarias, especialmente en La Palma, El Hierro, Tenerife y Lanzarote.
- Los movimientos de ladera son desplazamientos masivos y bruscos de gran cantidad de material rocoso y suelo por deslizamiento a lo largo de laderas con pendientes elevadas. Suelen ser frecuentes en zonas de cordillera y terrenos escasamente consolidados o desprovistos de vegetación, que cuentan con fuertes pendientes
4.2.2. Los riesgos climáticos
Son principalmente causados por fenómenos meteorológicos extremos, tales como:
- Inundaciones provocadas por episodios de precipitaciones de alta intensidad horaria o por el deshielo rápido de la nieve acumulada en las cumbres y laderas montañosas en episodios de subida repentina de las temperaturas. Son muy frecuentes en toda la península ibérica, especialmente en el litoral mediterráneo y los daños provocados suelen amplificarse debido a la urbanización de terrenos inundables o la construcción de obras hidráulicas sin los debidos estudios de impacto medioambiental.
- Sequías provocadas por situaciones prolongadas en el tiempo de escasez de precipitaciones. Suelen ser comunes en las áreas de clima mediterráneo si la habitual sequía estival (debida a la influencia del anticiclón subtropical de las Azores) se prolonga en otoño o no llegan las lluvias en primavera. Puede provocar pérdida de cosechas y desabastecimiento hídrico en importantes núcleos de población.
4.3 Los problemas medioambientales
Son los causados por la sobreexplotación del medio por parte del ser humano, que altera la composición y los procesos naturales propios de los distintos elementos del medio natural.
4.3.1. La alteración del relieve
Se produce a causa de las actividades ligadas a la extracción de rocas y minerales y a la construcción de infraestructuras. Se generan grandes acumulaciones de residuos y escombros que modifican el relieve preexistente, lo ensucian y lo afean, lo que perjudica otros posibles usos.
Es también notable la alteración del relieve costero por efecto de la artificialización del litoral (paseos marítimos, urbanización, playas artificiales, etc.) y por la regresión del mismo, especialmente las playas, por la menor acumulación de sedimentos transportados por los ríos, debido a la proliferación de embalses.
4.3.2. La alteración de la atmósfera
Se produce por la emisión de gases y partículas que cambian la composición de la misma, lo que puede tener consecuencias nefastas sobre la vida en el planeta, o sobre los patrones climáticos. Entre los problemas más importantes encontramos los siguientes:
- la contaminación atmosférica se produce principalmente a causa de las actividades industrial, agrícola y de transporte y da lugar a fenómenos como la campana de polvo (acumulación de partículas nocivas sobre grandes núcleos urbanos en condiciones de estabilidad del aire), niebla fotoquímica por acumulación de ozono troposférico, la lluvia ácida (precipitación que “devuelve” a la superficie compuestos químicos acidificantes emitidos a la atmósfera por la quema de combustibles fósiles).
Para hacer frente a estos problemas, la UE emite una serie de directrices que los países miembros tienen que respetar, recogidas en la llamada Ley de Calidad del Aire (2007) y que suponen una limitación general de todo tipo de emisiones nocivas a la atmósfera. - El cambio climático es un problema global causado por la emisión al aire de grandes cantidades de gases de efecto invernadero (CO2, metano, etc.) que tienen como consecuencia un calentamiento global del aire en la troposfera el cambio de los patrones climáticos habituales y, a largo plazo, una elevación del nivel del mar por el deshielo de los glaciares, y un cambio climático global.
España es un país especialmente sensible a los efectos del cambio climático, al encontrarse en una zona de transición entre la zona subtropical y las latitudes medias del hemisferio norte. Amplias zonas costeras que hoy están ocupadas por la actividad turística y los usos residenciales, podrían verse anegadas por el agua (Manga del Mar Menor, Delta del Ebro, Doñana, etc.). Por otro lado, el aumento de las temperaturas y la más que probable reducción de las precipitaciones, provocarán incendios forestales, inundaciones, olas de calor y sequías.
Por todo ello, España se ha sumado al Protocolo de Kyoto y a los acuerdos de París sobre cambio climático, que promueven medidas para la reducción de emisiones de gases con efecto invernadero, el abandono de los combustibles fósiles y la transición energética hacia energías limpias (eólica, solar, etc.)
4.3.3. La alteración de las aguas
Abarca distintos problemas, que van desde la alteración de la morfología y la composición de los cursos fluviales y humedales, debidos a la realización de obras e infraestructuras, a la contaminación por vertidos de desechos tóxicos derivados de la actividad industrial o agropecuaria. También tiene consecuencias negativas la sobreexplotación de cursos de agua y acuíferos debida al regadío agrícola o usos urbanos e industriales. Es el caso de los acuíferos de la submeseta sur (acuífero 23) y del sureste español, en riesgo grave de agotamiento.
4.3.4. La alteración de la vegetación y los suelos
Se debe a la expansión de la agricultura, la explotación económica de los bosques y la introducción de especies foráneas, y como uno de los efectos del cambio climático. El aumento de los incendios es el mayor riesgo al que ahora mismo se enfrentan los bosques, lo que a su vez incrementa las emisiones de CO2 y contribuye al cambio climático, además de provocar la deforestación, o pérdida de masas forestales, paso previo a la desertificación del territorio, o degradación de las tierras de zonas semiáridas hasta adquirir los rasgos propios de los desiertos. Para frenar estos problemas se puso en marcha el Plan Forestal Español (2002 – 2023) que propone el desarrollo sostenible y el uso racional del bosque en las zonas rurales españolas, así como la restauración de zonas incendiadas y la reforestación con especies autóctonas.
4.3.5. La reducción de la biodiversidad
Es otro efecto de la expansión agropecuaria, urbana e industrial, así como del propio cambio climático. La presión humana sobre el territorio tiene siempre, a medio o largo plazo, efectos sobre la vida animal y vegetal, tales como la desaparición de especies de amplias áreas o, incluso, su extinción. Frente a este problema existen acuerdos internacionales, suscritos por España, y leyes nacionales cuyo objetivo es preservar a toda costa la biodiversidad del territorio español, siendo los espacios naturales protegidos la forma en la que mejor se concretan estos fines.
