Esta semana que termina se ha celebrado el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo. En las clases de historia de 2º de bachillerato, al repasar la historia constitucional de España de los siglos XIX y XX, es muy común hablar del llamado sufragio universal masculino. Ello es un buen indicativo del papel escasamente relevante que, en la política, ha tenido la mujer, no solo en España, sino en la mayor parte de los países del mundo, hasta la segunda mitad del siglo XX.
Aunque hoy se han superado las injustas diferencias que se establecían en el pasado entre hombres y mujeres, aún persiste un gran trecho que salvar en el camino hacia la igualdad y la participación paritaria en política.
Por otra parte, en las clases de Geografía de 3º de ESO hemos hablado de la situación laboral de la mujer en el mundo y de cómo ellas nutren ese aún amplio porcentaje de «población inactiva» en muchos países del mundo. Sin ir más lejos, en España aún hoy, a comienzos de 2017, hay casi 12 puntos de diferencia entre la población activa masculina (64,80%) y la femenina (53,41%). Podemos imaginar lo que ocurre en muchos otros países en los que la condición femenina se despliega en un reducido espacio constituido por el hogar y los pocos metros cuadrados que tienen a su marido como centro.
Sin embargo, la mayoría de esas mujeres, asignadas en los censos a la categoría que tradicionalmente se ha denominado «amas de casa» no solo no es cierto que no trabajen, sino que muchas veces son el sustento vital y económico de la familia, realizando tareas de lo más variado a lo largo del día. Pero ni siquiera existe un reconocimiento oficial de su aportación decisiva a la sociedad y la economía de muchos países.
Es por todo ello, y porque aún quedan residuos de un pasado en el que las estructuras sociales otorgaban a la mujer un papel subordinado al hombre, y establecían una clara diferencia y jerarquía en la realización de tareas y en la capacidad para tomar decisiones entre ambos sexos, por lo que debemos tomar conciencia de la importancia que tiene nuestra actitud y nuestro compromiso con la sociedad. Lo debemos hacer porque, además, la igualdad forma parte del conjunto de valores que hemos asumido con la democracia, el estado de derecho y la incorporación a la UE.
En ocasiones, además, esos residuos de un pasado que ya solo estudiamos en los libros de historia, se nos hacen presentes a través de reacciones de impotencia que cursan con acoso, maltrato y violencia extrema, con resultado, muchas veces, de muerte. Terminar con esta lacra es un compromiso en el que todos nos debemos involucrar si somos hombres y mujeres de nuestro tiempo.
En este sentido, escuchar la siguiente charla puede ser un ejercicio más que higiénico si nos hace pensar:
Conmemorar el día de la mujer es, pues, una parte importante de ese conjunto de acciones y actitudes que nos encaminan hacia un futuro de equidad y convivencia. Es recordar a quienes aún no lo entienden, que vivimos en un siglo y una sociedad que rechaza la sumisión de unas personas hacia otras o la utilización de la violencia y la vejación para conseguir determinados propósitos. Es decirle a la mujer, que es su día, que es su vida, y hacerle sentir el apoyo del resto de las personas frente a seres repulsivos que no pueden tener cabida en nuestra sociedad.
Yo al menos, como hijo, compañero, padre y profesor de mujeres, así lo siento y asi lo entiendo.